Entre los siglos XVIII y XIX se dio el proceso transformación económica, social y tecnológica más importante que ha tenido lugar en nuestra historia desde el Neolítico. La Revolución Industrial, que de una economía fundamentalmente agrícola abrió las puertas a una economía industrializada y con base en las grandes ciudades, tuvo gran impacto en múltiples aspectos de las vidas de las personas, desde las relaciones laborales hasta la organización social y económica de los países.

El desarrollo de nuevas tecnologías permitió producir bienes en mayor cantidad, de forma más rápida, eficiente y, sobre todo, con un menor esfuerzo al reemplazar la artesanía tradicional por la utilización de maquinaria. Además, la utilización de nuevas fuentes de energía facilitó la comunicación y el comercio entre diversas ciudades gracias al ferrocarril y los barcos de vapor. El nuevo cóctel que nació tras juntar todos estos ingredientes, conocido como capitalismo industrial y donde una burguesía era dueña de las fabricas mientras una clase de obreros vendían su fuerza de trabajo por un salario, cambió para siempre la relación de las personas con el trabajo.

Una de las características más ampliamente conocidas de este periodo es, sin duda, el nuevo método de organización de la producción que se instaló: la producción en cadena. Un método donde cada trabajador se especializase en una tarea concreta de la producción y la repitiera durante largas horas.

 

Los estudios actuales muestran que la Inteligencia Artificial destruirá gran parte de los empleos que conocemos

 

Desde entonces la producción en cadena se ha ido sofisticando progresivamente. Poco a poco el sotfware y los robots han ido integrándose en la cadena de montaje y realizando muchos de los trabajos que anteriormente estaban cubiertos por personas. Desde hace más de dos décadas, gran parte de las industrias ya estaban automatizadas y existían operarios que se encargaban de “vigilar” el buen funcionamiento de las máquinas. Luego se introdujeron los robots y éstos, que en principio también eran “vigilados” por una persona, pasaron a ser supervisados por un código de barras.

Los estudios actuales muestran que la Inteligencia Artificial destruirá gran parte de los empleos que conocemos. Y, en mayor o menor medida, conducirá a la creación de nuevos puestos de trabajo en sectores que aún no existen. Para 2025 se espera que el 25% de los trabajos de fabricación sean realizados por robots mientras que en el año 2015 este porcentaje era tan solo del 10%.

Y aunque al hablar de robots nos viene a la mente la típica cadena de montaje de los años 30 (como la de 'Tiempos Modernos'), la transformación actual va mucho más allá y abarca múltiples profesiones en todos y cada uno de los sectores. El número de robots en todo el mundo se ha multiplicado por tres durante las dos últimas décadas -alcanzando la cifra de 2,25 millones de robots- y se estima que para 2030 este número se incremente hasta los 20 millones. Es difícil cuantificar qué porcentaje de los empleos actuales están en riesgo de ser automatizados y, más complicado aún, tratar de anticipar el balance neto de la llamada Cuarta Revolución Industrial en términos de empleo. Pero, lo que es innegable, es que las implicaciones y los desafíos para nuestra sociedad son enormes ya que este avance en la economía presenta la cruz y la cara de la misma moneda -una gran destrucción de empleo junto a un incremento en la productividad-.

 

La redundancia, implícitamente, trae consigo la imposibilidad de conseguir el pleno empleo ya que gran parte de las personas no seremos necesarias para que el mercado siga su curso corriente

 

La consecuencia directa de ello es que el desempleo no solo va a estar vinculado al ciclo económico, sino también a la distribución del propio empleo. Si queremos una sociedad donde el empleo, como la riqueza, no esté concentrado en unas pocas manos, deberemos apostar por políticas que nos permitan repartirlo de una forma justa.

El gran sociólogo, filósofo y ensayista polaco Zygmunt Bauman decía que en nuestras sociedades hemos pasado del pleno empleo al desempleo y, del desempleo, a la redundancia. La redundancia, implícitamente, trae consigo la imposibilidad de conseguir el pleno empleo ya que gran parte de las personas no seremos necesarias para que el mercado siga su curso corriente.

Ante esta realidad, y frente la ceguera arcaica e ideológica de las políticas de pleno empleo, se abre paso con cada vez mayor respaldo académico, político, social y empresarial, el debate sobre la reducción del tiempo de trabajo y la adaptación a las nuevas realidades del sistema de protección social. Repensar nuestro sistema de protección social y explorar políticas que garanticen la protección universal -como lo está haciendo, entre otros, el presidente Biden- frente a aquéllas inspiradas en el asistencialismo. Son cada vez más las voces que apuestan por perfilar el seguro social colectivo de un nuevo contrato social en el que se garantice que la subsistencia de las personas no quede al albur de las turbulencias macroeconómicas y de la inestabilidad del mercado laboral. El futuro nos va marcando el camino. ¿Conseguiremos llegar a tiempo?