Cuando era pequeña, a la hora de la merienda, tenía más prisa por salir a jugar que por comerme el bocadillo. Como nuestra alimentación estaba bastante alejada de los bollos y lácteos de hoy, el bocata relleno de chorizo, de chocolate con mantequilla o de nocilla en los días de fiesta era el pan nuestro de cada día. Pero como había ansia por saltar a la comba y la merienda nos sobraba, muchas tardes acababa en la papelera no sin antes haber recibido un beso como petición de perdón. Teníamos interiorizado que la comida no se tira y que hacerlo es pecado así que nuestra educación cristiana y el gran poder que le infunde a la culpa nos hacía besarlo para evitar consecuencias desde lo divino. 

Los datos del “Índice de desperdicios de alimentos 2021” son para echarse a temblar. Solo en 2019 se desperdiciaron en el mundo 931 millones de toneladas de alimentos. El 61% de esos alimentos fueron al cubo de la basura de nuestras propias casas. Introducimos alimentos en las neveras y nos olvidamos de ellos, las despensas acumulan latas que rara vez abrimos y los fruteros acogen manzanas y plátanos que van cambiando de forma y color hasta terminar en el cubo de desperdicios. No hay más que revisar los baldes de basura de cada casa después de los días de Navidad y a las puertas de la Nochevieja. Ante la escalada de los precios nos quejamos pero compramos con abundancia, cuanto más mejor, para que no quede ni un solo hueco en la mesa. Los datos dicen que el 20% de la comida que compramos para estos días acaba en la basura. 

 

Solo en 2019 se desperdiciaron en el mundo 931 millones de toneladas de alimentos. El 61% de esos alimentos fueron al cubo de la basura de nuestras propias casas

 

Todo esto tiene consecuencias no solo económicas sino también sociales y medioambientales. Para producir un vegetal o cualquier producto cárnico, por ejemplo, hay que poner en marcha una gran cadena de producción que alimenta el cambio climático. Si esos alimentos acaban en la basura hemos dejado una importante huella para nada. En lo económico, desperdiciar alimentos afecta a nuestro bolsillo no solo de manera directa sino que impulsa los precios al alza por la creciente demanda de productos. En lo social el efecto es claro y brutal. 690 millones de personas pasaron hambre en 2019 y 3.000 millones de personas no pueden pagar una dieta saludable. 

Desde la ONU se ha instado a los países a que tomen medidas que fomenten las donaciones de comida de buena calidad para quienes la necesitan y España ha tomado nota. El Consejo de Ministros ha elaborado ya un borrador con las medidas que incluirá la Ley de prevención de las perdidas y el desperdicio alimentario. Con el fin de que ni un kilo de comida termine en el contenedor se plantean una serie de planes, obligaciones, buenas prácticas y sanciones a aplicar desde el agricultor al consumidor pasando por el industrial o los centros de restauradores. 

 

Ante la escalada de los precios nos quejamos pero compramos con abundancia, cuanto más mejor, para que no quede ni un solo hueco en la mesa. Los datos dicen que el 20% de la comida que compramos para estos días acaba en la basura

 

Cuando estas medidas entren en vigor, los restaurantes estarán obligados a envasar la comida que no hayamos consumido para que nos la llevemos a casa. Si la rechazamos tendrá que ser donada a Bancos de Alimentos o entidades similares. Los supermercados y las grandes superficies deberán dedicar una parte de sus estanterías a vender a precios rebajados los alimentos denominados “feos”, es decir, aquellos con imperfecciones o forma poco estética pero perfectamente aptos para el consumo. Esta clase de productos, sobre todo frutas y verduras, desaparecen a día de hoy de la cadena de consumo. La cadena Eroski ya puso en marcha el rincón de las frutas feas pero no le he visto demasiada continuidad a la iniciativa. Ahora tendrá que hacerlo por ley. Además de esto, las cadenas de supermercados tendrán que promocionar aquellos productos con fecha próxima de caducidad o rebajar considerablemente el precio de aquellos productos cuya fecha de consumo preferente haya pasado. 

 

Cuando las cosas se hacen mal hay que decirlo, pero cuando se toman medidas que pueden beneficiarnos  a tres niveles, el económico, el social y el medioambiental, se aplaude

 

Si con todas estas medidas aún quedan excedentes sin vender tendrán que ser donados a entidades sociales o, si están en óptimas condiciones, elaborar mermeladas o purés. 

Cuando las cosas se hacen mal hay que decirlo, pero cuando se toman medidas que pueden beneficiarnos  a tres niveles, el económico, el social y el medioambiental, se aplaude. Y eso es precisamente lo que toca ahora, felicitarnos por una iniciativa que puede paliar los efectos de la pobreza no solo a nivel mundial sino en nuestros propios barrios, pueblos o ciudades. No hay más que ver las famosas “colas del hambre” que se forman ante determinadas sedes de reparto de comida y comprobar que cada vez esas colas son más largas. Personas que jamás imaginaron acudir a esos centros lo hacen ahora, especialmente tras los meses de pandemia, para poder llenar sus neveras y alacenas. Pese a que pretendan hacernos creer que la recuperación tras los efectos de la covid19 está siendo rápida y que pronto volveremos a la situación previa a la pandemia, yo no las tengo todas conmigo. A mí alrededor veo a mucha gente que no ha retomado su actividad, muchas lonjas vacías y muchas pymes que no volverán a levantar la persiana. Personas que en 2019 sobrevivían ahora ven como los treinta días del mes se hacen cada vez más largos. La nevera hay que llenarla cada día. Medidas como las propuestas pueden ayudar a estas familias a mantenerse a flote al tiempo que evitamos tirar algo sagrado, la comida. 

No demos por bueno que en estos días festivos es normal que parte de las sobras acaben en la basura. No lo es y debemos hacer propósito de enmienda. Hagamos una Navidad más justa.