Es indudable lo relevante que es que el capital de conocimiento, desarrollo, empleo y riqueza que puede generar la aeronáutica tenga un compromiso con el País Vasco. Pero ese arraigo ha de afrontarse con miras más altas que las que nos ofrecen los despachos de la política. Decir que queremos una empresa nacional o que apoyaremos cualquier iniciativa que refuerce el arraigo de ITP en Euskadi empieza a sonar a la segunda temporada de la Naval o al siguiente capítulo de la serie de cuando el Estado tomaba participación en las empresas estratégicas. Son unas historias que casi siempre acaban terminando como “Perdidos”.

Decir que queremos una empresa nacional o que apoyaremos cualquier iniciativa que refuerce el arraigo de ITP en Euskadi empieza a sonar a la segunda temporada de la Naval

 

Parece un grave error enfocar desde la perspectiva política con acuse electoral una problemática que trasciende en mucho ese campo y esas reglas. La aeronáutica, en gran medida, gira pivotando entre dos gigantes, Airbus y Boeing. Dos macro organizaciones que ordenan a toda una industria y a un capital internacional que sobrevuela muy por encima de los despachos de Moncloa y de Lakua. En Euskadi especialmente tenemos esta tendencia de envolvernos en la bandera, a refugiarnos en lo de aquí como si fuera un seguro de viabilidad empresarial y encima algunos se ponen nerviosos cuando desde centros de tecnológicos vascos se desarrollan proyectos fuera del País Vasco o con empresas que no son de aquí. 

Cuando Rolls Royce anuncia la venta de ITP, es necesario recordar las dimensiones de la operación. La aeronáutica mundial está llamada a un proceso de concentración de actores para digerir la crisis generada por la pandemia y para afrontar los retos de transformación hacia unos motores con menos emisiones. En ese partido hay grandes equipos, como los fondos de inversión, que operan con varios jugadores, con varias empresas. Y en esa red prima la estrategia empresarial, qué compañías son complementarias, qué acercamientos generan sinergias. Eso garantiza mucho más la estabilidad y el futuro empresarial que la constitución de grandes campeones nacionales.

Tenemos en Euskadi esta tendencia de envolvernos en la bandera, como si fuera un seguro de viabilidad empresarial y encima algunos se ponen nerviosos cuando los centros de tecnológicos vascos se desarrollan proyectos fuera

 

Aernnova ha centrado las miradas de los despachos políticos. Pero hemos olvidado que la compañía alavesa está controlada en su mayoría por fondos de inversión. Towerbrook goza de una posición en su accionariado privilegiada y es uno de los candidatos para hacerse con ITP. Así que, cuando los políticos señalan que buscan a una empresa española para hacerse con la compañía de Zamudio porque es mejor que un fondo de inversión y apoyan la operación en Aernnova, parece que olvidan que estos fondos ya están desde hace tiempo controlando el terreno de juego de la aeronáutica.

Y, por debajo de las ideas, están los números que las sujetan. Y hacer los cálculos también ayuda a ver lo que podemos o no podemos comprar. Rolls ha fijado el precio de ITP en torno a unos 1.500 millones de euros. Si desde los gobiernos se quiere hacer una operación nacional habrá que poner esa cantidad y, además asumir la deuda viva de unos 900 millones de euros que tiene ITP. En total, 2.400 millones de euros. Si la operación se hace con Aernnova, hay que sumar también el endeudamiento de una compañía que, por cierto, viene de tramitar un ERE que está en los tribunales. Podríamos hablar de 3.500 millones de euros de factura total.

Si nos miramos los bolsillos de lo público para ver si para pagar semejante cuenta, nos vemos con cerca de 165 millones de euros del Plan Estratégico de la Aeronáutica del Gobierno de España. Además de lo que tiene que soportar a través de la Sepi con sus participaciones en empresas del sector, como Indra y también en Alestis y Aciturri. Y, si miramos al Gobierno vasco, no tiene más de 170 millones de euros para tomar participaciones en empresas estratégicas. Poca cartera para tanta compra. 

Nuestra txapela ha sido más la del trabajo, el esfuerzo y entender la lógica empresarial. Pero el patrioterismo de bandera con objetivos políticos nos ha llevado siempre al dique seco de la Naval.

 

No parece acertado jugar a unirlo todo para salvar la nacionalidad de las empresas. No parece acertado enrocarse esa txapela del arraigo pensando en política y olvidando la parte empresarial. Después de tantos campeones nacionales y cierres de empresas participadas por lo público deberíamos haber aprendido que la clave de estas operaciones está en la lógica empresarial y no en el envolverse en la bandera del arraigo. Esta nunca ha sido nuestra txapela. Nuestra txapela ha sido más la del trabajo, el esfuerzo y entender la lógica empresarial. Esos ingredientes fueron los que permitieron que empresas y empresarios vascos lideraran sectores. Pero el patrioterismo de bandera con objetivos políticos nos ha llevado siempre al dique seco de la Naval.