La situación de los jóvenes es cambiante en consonancia con la velocidad que adquieren los cambios socioeconómicos que ocurren en nuestra sociedad. No podemos entender el desarrollo de la juventud sin tener en cuenta el marco económico y social que determina la trayectoria de los jóvenes. No tiene sentido tratar a la juventud como la suma de un conjunto de individuos, sino que debemos hacerlo como un grupo diverso condicionado por la sociedad en la que vive.

La juventud cada vez representa un menor porcentaje de la población, pasando del 15,8% en el año 2009 al 13,2% en el 2020. Asimismo, la edad media de maternidad del primer hijo o hija también se ha ido retrasando durante las últimas décadas, alcanzando actualmente los 31,9 años de media. Uno de los factores que permiten explicarnos el porqué de una tan tardía emancipación que dificulta la realización de proyectos de vida de forma autónoma, indudablemente, es la precariedad existente en el mercado laboral.

 

Ser joven es un factor de exclusión en sí mismo

 

Una de las primeras consecuencias de esta dificultad para la realización de proyectos vitales propios es una debilitación ciudadana de la juventud. Para tratar de paliar los efectos negativos se llevan adelante diversas políticas públicas que se centran en cuatro ámbitos de actuación: la educación, el empleo, la vivienda y la seguridad social.

En cuanto al nivel formativo de las personas jóvenes de nuestra comunidad, bien sabemos que éste ha ido aumentando progresivamente. En parte por la dificultad de acceder al mercado laboral, lo que ha hecho que se reduzca la tasa de actividad de la población joven. Es importante señalar en lo que al empleo se refiere que, más allá de una reducción paulatina de la tasa de actividad, es extremadamente preocupante el incremento que se ha dado en los últimos años en la tasa de desempleo. La Comunidad Autónoma de Euskadi cuenta actualmente con una tasa de desempleo juvenil del 17,9%, lo que se sitúa un 73,9% por encima de la tasa de desempleo general. A nivel del Estado español, observamos cómo en noviembre de 2021 la tasa de desempleo juvenil se encontraba en el 29,2%, un 107,14% superior a la tasa de desempleo general. Y, como a veces con las cifras no nos damos cuenta de la cruda realidad, esto se traduce en que una persona joven tiene, por el simple hecho de ser joven, más del doble de posibilidades de no encontrar trabajo que una persona adulta.

 

Euskadi cuenta con una tasa de desempleo juvenil del 17,9%, lo que se sitúa un 73,9% por encima de la tasa de paro general

 

Esta precariedad laboral, junto al incremento desorbitado de los precios de la vivienda, hace que acceder a una vivienda digna sea casi misión imposible. Actualmente las personas jóvenes deben destinar de media entre el 50% y el 55% al pago del alquiler o la cuota hipotecaria respectivamente. Como resultado, la edad media de emancipación en la CAE se sitúa en 30,2 años, 6 años por encima de la edad que la juventud vasca considera ideal para emanciparse.

Por tanto, cuando debatimos acerca de la educación, la vivienda o el empleo en relación con la juventud, estamos hablando, en definitiva, de su bienestar social en el sentido más amplio del concepto. Un bienestar social que actualmente ya no se garantiza mediante la tenencia de un empleo. Mucho menos en un futuro donde, presumiblemente, se dará una destrucción neta de empleo.

 

El bienestar social ya no se garantiza mediante la tenencia de un empleo

 

Tampoco podemos olvidarnos de las nefastas consecuencias que ha tenido la pandemia, solo hay que mirar los escandalosos datos de salud mental en la juventud, y la consecuente crisis económica en la juventud. El último informe publicado por la Fundación FOESSA y Cáritas,  Evolución de la cohesión social y consecuencias de la COVID-19 en España, evidencia que el contexto de crisis sanitaria ha ocasionado que en España haya «2,7 millones de jóvenes entre 16 y 34 años afectados por procesos de exclusión social intensa y multidimensional que les impide realizar proyectos de vida para transitar hacia la vida adulta».

Y es que ser joven es un factor de exclusión en sí mismo. Hay muchas medidas que pueden afectar positivamente al desarrollo personal y a los proyectos de vida de las personas jóvenes, pero indudablemente hay una que abarca un espectro tan amplio como el propio concepto de bienestar social: la renta básica. Debemos abrir espacios que den lugar a la reflexión, a la discusión y al análisis profundo sobre la realidad actual de las personas jóvenes para así poder implementar políticas que, con comprensión y empatía, permitan que la juventud pueda desarrollarse en su plenitud.