(Que nadie se confunda, por favor, con el grosero juego de palabras a que puede dar lugar el título: esta carta se dirige al hijo de Putin. Vladimir Putin tiene, que se sepa, dos hijas, pero eso es lo de menos).

Mi intención no es otra que decirle que toda la verborrea nacionalista desplegada desde el Kremlin de Moscú para justificar la invasión de Ucrania no puede esconder la ignominia que arrastrará Rusia de ahora en adelante. Habrá un momento en que la memoria del desastre producido hoy formará parte inescindible de la identidad rusa. Tendrán que aprender a vivir con ese recuerdo, como los alemanes lo hacen con el de los horrores producidos entre 1939 y 1945. Ya ve usted, hijo de Putin, se trata de seis años. Eso es lo que duró un régimen que venía a liquidar la bazofia de la democracia y el liberalismo y cuyo líder creía cumplir la misión histórica de asegurar a su pueblo que el peligro de más allá de sus fronteras no seguiría amenazándolos. Supongo que le suena. Pues apunte: seis años.

A los alemanes desde 1933 se le fue metiendo hasta en la sopa la idea de su grandeza y la justicia de la misión histórica, que su líder comenzó a realizar liquidando la república democrática, armándose hasta los dientes y atacando a sus vecinos. ¿Les suena esto también a los rusos, hijo de Putin? Pues el sueño, con aliados como Japón e Italia incluidos, duró seis años, le ruego que vuelva a apuntarlo. Luego vino el auténtico desastre para Alemania: un país hecho migas y, sobre todo, un pasado que no había estómago capaz de digerirlo. 

 

Habrá un momento en que la memoria del desastre producido hoy formará parte inescindible de la identidad rusa. Tendrán que aprender a vivir con ese recuerdo, como los alemanes lo hacen con el de los horrores producidos entre 1939 y 1945

 

Dicen los neurocientíficos que los seres humanos no estamos hechos para pensar y tomar decisiones basándonos en hechos del pasado. Argumentos no les faltan y, viendo lo ocurrido en Ucrania precisamente desde 2014 hasta 2022, estarán con una sonrisa de medio lado. Pero si preguntamos a la antropología nos dicen lo contrario, que los humanos tenemos una clara tendencia a justificar históricamente nuestros actos. Ambas cosas no son incompatibles: hacemos lo que dicen los segundos pero nos equivocamos, como dicen los primeros. Ese es el drama actual de los rusos, que con la vaselina de una justificación histórica se les está llevando exactamente por donde cualquier racionalidad histórica diría que no se debe ir.

Afirman los más cercanos, usted lo sabrá mejor que nadie, hijo de Putin, que al conducátor ruso le fascina la historia. En realidad lo que le fascina es lo que la antropología llama justificación histórica, cosa que nada tiene que ver con la historia. Son las patrañas que cualquier mandarín esparce cuando se trata de imponer su voluntad y, como en el presente caso, llevar a un país a asimilar dicha voluntad como la única legítima. Hay que reconocerlo: han sido muy eficaces en ello. Tanto que lograron también convencer a la extrema derecha mundial, desde Trump hasta Marie Le Pen, pasando por Matteo Salvini, Bolsonaro o Santiago Abascal. Tampoco es que hiciera falta mucho esfuerzo para convencerlos, es como jugar en casa. Pero aún más extraordinario es haber convencido a una parte de la izquierda comunista. Usted, hijo de Putin, se sorprenderá, pero así es.

 

Ese es el drama actual de los rusos, que con la vaselina de una justificación histórica se les está llevando exactamente por donde cualquier racionalidad histórica diría que no se debe ir

 

Hay que reconocer también que a la Unión Europea esto le ha pillado no solo a contrapié sino a medio hacer. Pero igualmente cierto es que dicha Unión parece estar haciéndose más a base de estos revolcones que por la vía constituyente que nos era más familiar. Lo mismo que la pandemia le forzó a un grado de cohesión nunca alcanzado antes (un billón de euros une mucho), la invasión de Ucrania y la amenaza directa a países de la Unión incitará una mayor cohesión hacia el exterior, a la vez que apuntará a medidas políticas hacia el interior más europeas y menos nacionales. Ha sido tocar suelo ucranio el ejército ruso, hijo de Putin, y la UE ha evolucionado hacia la unidad lo que no había hecho en años. De hecho, el Alto Representante de la UE empieza a parecerse a un ministro de defensa.

 

Hay que reconocer también que a la Unión Europea esto le ha pillado no solo a contrapié sino a medio hacer. Pero igualmente cierto es que dicha Unión parece estar haciéndose más a base de estos revolcones que por la vía constituyente que nos era más familiar

 

Esto no ha hecho más que estallar y ya ve usted cómo la extrema derecha europea se achica como una derechita cobarde; la mayoría del Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha plantado al ministro Lavrov; la FIFA, casi inmune a todo lo que no huela a dinero fresco, ya ha dejado a Rusia fuera de las competiciones; no irán a Eurovisión… , en fin, no hay evento internacional que no los saque de la lista. Nadie los quiere así. Rusia, al tomar la decisión de atacar a Ucrania, legitimada por una verborrea historicista pero históricamente equivocada, se va a acabar pareciendo más a Corea del Norte que a Rusia: un estricto control de una población adoctrinada y empobrecida, una dictadura salvífica y una culpabilización del otro, es decir, lo que está hacia la izquierda según se mira desde Moscú al Polo Norte.

Cuando no tienes otra cosa que ofrecer a tu pueblo que una guerra, estás poniendo el cronómetro en marcha. Pero, como le decía, lo malo viene luego, después de la batalla, cuando no vale con tirar unas cuantas estatuas sino que hay que digerir un pasado que provoca arcadas. Ese pasado, hijo de Putin, se está gestando hoy en Ucrania pero será el futuro de Rusia.