Una cosa que hay que reconocer a la presidenta de la Comunidad de Madrid es que cuando habla se le entiende todo a la primera. En plena segunda ola ya dijo que su objetivo era “que la economía deje de sufrir”, que en lugar de por los enfermos y fallecidos daban ganas de compadecerse de la pobre economía, doliente y callada ella. Ahora, trasladada a la campaña de las catalanas, ha vuelto a hacerlo diciendo que “es un delito, con el clima que tenéis en Cataluña, tener todo cerrado… y decir que es la manera de sortear una epidemia” ¡Ole!.

¿A quién se le ocurre decir que así se sortea una pandemia? Bueno, aparte de a todos los expertos sanitarios y epidemiólogos; vale, pero aparte de esos ¿a quién? Pues eso.

Ayuso, a la que el pasado domingo 24 de enero José Mª Portillo titulaba genialmente en estas mismas columnas como lideresa del “Partido Nacionalista de Madrid” muestra una campechanía en sus declaraciones que contrasta con los discursos tristes y alarmistas de otros líderes; todo el rato hablando de muertos, curvas, ERTES y restricciones. Oyéndola se viene uno arriba y recuerda el reproche que se les hacemos a esos adolescentes encerrados con sus pantallas cuando no salen a la calle “con lo bueno que hace”.

No me extraña que los mensajes negacionistas de Isabel Díaz Ayuso tengan éxito, sobre todo cuando conllevan la esperanza de que se abran los bares y vuelva la alegría

Cansados y asustados como estamos de tanta pandemia y de tanto miedo, no me extraña que sus mensajes negacionistas tengan éxito, sobre todo cuando conllevan la esperanza de que se abran los bares y vuelva la alegría. Que el clima más o menos benigno sea la regla con la que medir las restricciones es un gran descubrimiento que nos devuelve la esperanza aunque en Euskadi no tengamos ese clima mediterráneo que deslumbra a la presidenta. Perdimos la primavera de 2020 y ya vale. No se pueden perder más rayos de sol. Imagino ya a Fernando Simón mostrando los mapas de incidencia junto a los de isobaras.

Confieso que por un momento, viendo la resistencia de Díaz Ayuso a adoptar restricciones, pensé que había decidido conscientemente que la muerte de miles de personas, inevitable en una pandemia, era un precio altísimo pero necesario para mantener a flote la economía aunque, naturalmente, no pudiera decirlo. Creí que estábamos ante una lideresa política que, como Boris Johnson al principio, estaba dispuesta a arrostrar la responsabilidad que le va en el cargo y asumir las terribles noticias con la firmeza y la voluntad de un Churchill. Pero no, qué va, es mucho más simple: no quiere saber nada de la pandemia, no es una decisión, es una huida. Estadísticas que no ven, bares que no se cierran. Lo que importa es aprovechar el buen tiempo para abrir barras y comedores, que si no la gente se contagia en casa igual pero con más tristeza. No sé si Madrid es una España dentro de España, como también dijo Ayuso, pero los bares de Madrid quieren ser los de toda España y salvar el bocata de calamares se aproxima mucho a salvar la patria.

No sé si Madrid es una España dentro de España, pero los bares de Madrid quieren ser los de toda España y salvar el bocata de calamares se aproxima mucho a salvar la patria

Si me apuran, la presidenta de Madrid tiene más gracia que Artur Mas, al que leí boquiabierto hace unos días que no se hacía responsable de lo que pasó en Cataluña en cuanto salió por la puerta antes de que las mechas que había dejado encendidas se consumiesen del todo. O que David Cameron, que impulsó un referéndum para que saliese que no al Brexit y así callar a sus críticos. Un lince, el tío. Tiempos extraños estos, en los que los políticos primero pasaron de decidir pensando en las próximas generaciones a hacerlo pensando en las próximas elecciones y ahora ya gobiernan pensando en la próxima semana, que dan bueno y no podemos quedarnos en casa, habiendo bares.