Esta semana se ha debatido en el Parlamento Vasco sobre reto demográfico. Que en la cámara vasca se dedique un monográfico para abordar uno de los retos que determinarán el futuro de nuestra sociedad implica, cuanto menos, una preocupación por el futuro.

Invitar a que el elefante del envejecimiento entre en la habitación supone alejarse de las dinámicas cortoplacistas que determinan las legislaturas de cuatro años y apostar por la mirada a largo plazo

Invitar a que el elefante del envejecimiento entre en la habitación supone alejarse de las dinámicas cortoplacistas que determinan las legislaturas de cuatro años y apostar por la mirada a largo plazo. Esto es así porque cualquiera de las medidas que se impulsen no van a tener un resultado inmediato: no hablamos de ERTES, ni de reformas laborales, ni de apertura de residencias para personas mayores, ni de nuevas infraestructuras que mejoran la movilidad, medidas con resultados visibles y tangibles en el corto plazo. Hablamos de políticas que, algunas de ellas, tendrán resultados en los próximos 8 ó 10 años, tiempos no acostumbrados para las dinámicas partidistas actuales.

Si analizamos la evolución de la natalidad en Euskadi, observamos que ha tenido dos momentos clave: la crisis de los años ochenta y la crisis del 2008. La crisis de los años ochenta y la reconversión industrial que vivió Euskadi en aquellos años, fue un determinante clave en las expectativas familiares de aquel entonces, en 10 años la natalidad cayó en picado: de 29.000 nacimientos en 1980 se pasó a 16.000 nacimientos en 1990. Por su parte, la crisis del 2008, que se empezó a sentir en Euskadi a partir de 2010, se convierte en el nuevo periodo de invierno demográfico del que todavía no nos hemos recuperado: de los casi 22.000 nacimientos de 2008 hemos pasado a los escasos 14.000 niños y niñas nacidos en 2020. El único periodo en el que Euskadi recuperó natalidad fue en el periodo de estabilidad y crecimiento económico, los años dorados comprendidos entre 1995 y 2008, cuando en Euskadi nacieron 22.000 niños y niñas (último momento de pico demográfico).

La sociedad en su conjunto, y no solo las administraciones sino también las empresas, tienen que asumir un compromiso con la población joven

Que la incorporación de la mujer al mercado laboral es un factor determinante a la hora de analizar la evolución de la composición de las familia nadie lo cuestiona; una incorporación que no ha terminado y que las mujeres ahora reclaman en términos de liderazgo y de cuotas de poder. De ahí que las medidas de cuidado y conciliación deban dirigirse a repartirse la responsabilidad entre los diferentes miembros de la familia.

Si hay un factor que parece determinar las expectativas familiares es la percepción de estabilidad y seguridad. Como hemos visto, en las dos crisis profundas que atravesó Euskadi, el endurecimiento de las condiciones de vida de la población más joven supone un cambio en sus prioridades. Si la población más joven, que es quien debe garantizar el relevo generacional, no percibe estabilidad laboral y no tiene garantizadas su condiciones materiales, es difícil que asuman el compromiso y la responsabilidad que supone traer hijos e hijas al mundo. La sociedad en su conjunto, y no solo las administraciones sino también las empresas, tienen que asumir un compromiso con la población joven, en el sentido de darles oportunidades, creer en sus posibilidades, facilitar su emancipación y entender que son ellos quienes construyen el presente y le dan forma al futuro, así ha sido siempre.