Se dice que la COP26 es el último catalizador que nos permita encarrilar la lucha contra el cambio climático. El camino, sin embargo, no acaba de empezar. Un hito importante que necesario recalcar es el Acuerdo de París adoptado en 2015, donde se establecía el compromiso de reducir las emisiones de gases y mantener en la medida de lo posible el aumento de la temperatura media del planeta por debajo de 1,5ºC. Sin embargo, no parece que estemos encaminados hacia el cumplimiento de dicho acuerdo. De hecho, según la ONU, los programas actuales de los gobiernos conducen a un calentamiento de 2,7ºC para finales de siglo. Y eso si se cumplen las promesas que los países han realizado. Porque, tal y como dice António Guterres, Secretario General de la ONU, estamos "aparentemente a años luz de alcanzar nuestros objetivos de acción climática" y “cavando nuestra propia tumba”.

Tampoco la recuperación de la pandemia ha sido sostenible ecológicamente. Los países del G20 han destinado alrededor de 300.000 millones de dólares en nuevos fondos para actividades con combustibles fósiles. Es decir, han destinado a combustibles fósiles más de lo destinado a energías limpias. Asimismo, menos del 20% del gasto global en la recuperación ha sido realmente verde.

 

Los países del G20 han destinado alrededor de 300.000 millones de dólares en nuevos fondos para actividades con combustibles fósiles

 

Siguiendo con los datos ofrecidos por la propia ONU, se espera que las emisiones globales de carbono aumenten -sí, aumenten- un 16% para el año 2030. Si atendemos a lo que apuntan desde el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), para mantener la temperatura del planeta por debajo de 1,5ºC haría falta reducir, para 2030, un 45% las emisiones de CO2. Si nuestro objetivo fuera mantenerla por debajo de 2ºC, un 25%. No obstante, 113 gobiernos han ofrecido Contribuciones Nacionales Determinadas a nivel nacional (NDC) en las que se pretende reducir para 2030 las emisiones de gases de efecto invernadero un 12% con respecto al año 2010.

Últimamente se habla mucho de China como el principal culpable del desastre ambiental. Sin embargo, y tal y como explica el economista marxista Michael Roberts en su último artículo Cop-out 26, si echamos un vistazo a quién ha sido el país que ha liberado mayores emisiones de CO2 a la atmósfera, podemos apreciar que ha sido Estados Unidos. De hecho, es el responsable de casi el 20% del total de las emisiones históricas. China se encuentra en segundo lugar, con un 11% de las emisiones, seguido por Rusia (7%), Brasil (5%) e Indonesia (4%).

 

Según la ONU, los programas actuales de los gobiernos conducen a un calentamiento de 2,7ºC para finales de siglo

 

Además, China tendría cierta “excusa” para ser quien en números absolutos más emisiones libera en la actualidad. En primer lugar, por ser el país con mayor población -sus emisiones per cápita son menores que la mayoría de economías avanzadas-. Y, en segundo lugar, porque es el productor de occidente. Es decir, porque en China se produce gran parte de los bienes que consumimos tanto en la Unión Europea como en Estados Unidos

Pero independientemente de quién sea la mayor porción de esta culpa compartida y que los países del Norte estén reproduciendo la metáfora de la patada a la escalera que el economista surcoreano Ha-Joon Chang popularizó, sabemos perfectamente que los compromisos adoptados no son suficientes.

 

La mayor parte de la ciudadanía está plenamente concienciada en torno a la crisis ecológica y, por lo tanto, es momento de actuar y poner el foco en las políticas

 

¿Es la COP26 la última oportunidad? Pues tampoco. Porque, aunque se esté vendiendo como tal, de aquí a que se pongan en marcha dichos compromisos habrá circunstancias que seguramente obliguen a los gobiernos a acelerarlos. No obstante, parece sensato pensar que los mensajes de los líderes mundiales no se están traduciendo en políticas. Estamos en un momento en el que para avanzar no es necesario hablar de consecuencias y de fatalidad. La mayor parte de la ciudadanía está plenamente concienciada en torno a la crisis ecológica y, por lo tanto, es momento de actuar y poner el foco en las políticas. Analicemos con ojos críticos las políticas que llevan a cabo nuestros gobernantes y preguntémonos por qué no se hace más. Si los mensajes van en la dirección correcta y la ciudadanía está concienciada, ¿quién pone palos en las ruedas para no seguir avanzando? ¿Cuáles son los intereses privados que impiden a los gobiernos seguir por la senda de la ciencia? Solo cuando consigamos responder a esas preguntas conseguiremos progresar.