Excelente columna de José Mª Portillo la del pasado domingo, 14 de marzo, así que no espere nadie que me atreva a enmendarle la plana. Pero el texto, como todos los buenos, invita a la reflexión, así que añado algunas propias.

Tenía razón Pablo Casado cuando se quejaba en estos días convulsos de que hay quien entiende la política como una partida de ajedrez. Yo creo que se quedó corto, que en realidad hay quien la entiende como uno de estos juegos de rol, como una actividad en la que el único objetivo es ganar en un entorno de antagonismo acotado y sin conexión con la realidad. Que el lamento en boca del presidente del PP resulte creíble es asunto aparte, pero la afirmación es atinada.

La política no es un juego, en absoluto, sino una herramienta de transformación de la sociedad y de la vida de la gente. La política no se desarrolla dentro de ningún tablero y, desde luego, sí tiene una vinculación real y directa con la realidad, a la que debe reconocer y que aspira a cambiar. Por eso hay tanta gente que no sabe nada de política, aunque sepa bien cómo ganar elecciones. Se hacen llamar a sí mismos “spin doctors” y son profesionales muy apreciados, lógicamente. Pero no son políticos.

El peligro es que los políticos se abandonen a las tácticas de marketing electoral y se olviden de que las elecciones se ganan para hacer cosas

El peligro es que quienes sí lo son, o pretenden serlo, se abandonen a las tácticas de marketing electoral inmediato de sus brillantes asesores y se olviden de que las elecciones se ganan para hacer cosas. Cosas distintas, claro está, a prepararse para ganar las siguientes, porque en tal caso no se buscaría gobernar sino solo mandar, que consiste en estar en el poder y solo en eso.

La ideología, sin que deba fagocitar -como bien previene Portillo- a la política, es el alma de los partidos y resulta imprescindible. Un partido sin alma, sin ideología, no transmite una forma propia de ver y sentir el mundo, se queda sin sueños, sin proyectos y se convierte en una pura herramienta electoral, que puede ser eficaz un día, dos, incluso más, pero que nace ya sin futuro. No hace falta poner ejemplos. Los partidos de diseño, pensados según los manuales, no funcionan porque al no verla a cada paso, creyeron que la ideología no existía, que era un lujo superfluo y optaron por no tenerla o convertirla en un simple atuendo mediático. Y no es eso.

Por supuesto que la ideología no puede ser el centro de todo, pero hace una función imprescindible de esqueleto de cada opción política. Los partidos que abandonan toda ideología para ganar flexibilidad son más versátiles, desde luego, y más maleables en manos de sus consejeros profesionales (que por eso los prefieren así) pero pueden agostarse pensando en sus propios juegos de poder y olvidarse de que están al servicio de una sociedad con necesidades concretas que les elige para que ofrezcan alternativas y no solo eslóganes.

Los partidos que abandonan toda ideología son más versátiles, pero pueden agostarse pensando en sus propios juegos de poder y olvidarse que están al servicio de la sociedad

Las consignas vacías como “comunismo o libertad”, “democracia o fascismo”, “conmigo o contra mí”, “Espanya ens roba” “echar a Sánchez”, “echar a Iglesias”, “echar a Ayuso” funcionan en el fárrago electoral pero no son ideas políticas a partir de las que se pueda construir, reconocer al otro, hablar y aportar alternativas. Sirven para las elecciones pero, de puro sectarias, atan de pies y manos a sus voceros cuando estas acaban y les toca acordar y gobernar, o sea: hacer política. En ese momento es cuando se hace evidente que no es posible negociar con eslóganes; hacen falta ideas y para tenerlas, ideología, ese “lastre” para quienes entienden la política como un juego. Cuesta mucho negociar con el adversario si no se tiene ningún objetivo que no sea mandar y cuando se logra el pacto se vuelve imposible explicar el porqué de tal acuerdo.

Las tormentas que sacuden la política en España no son fruto únicamente de la que Portillo denunciaba como ideologización radical de la política, sino también, paradójicamente, del desprecio de una verdadera ideología profunda como valor sólido a partir del que cada cual construye su propia visión y la aporta a la sociedad en forma de posición política. Nada de eso está ocurriendo en medio de este entretenido vodevil de sustos políticos que vivimos estos días. Al contrario, se vuelve a aplaudir la polarización y temo que se critica al “régimen del 78” precisamente porque nació como un acuerdo entre diferentes, a los que hoy se pretende escindir, a base de eslóganes y argumentarios, entre los nuestros y los que no deberían existir.