La semana pasada miles de ciudades europeas, entre ellas una buena parte de las vascas, celebraban una nueva edición de la Semana Europea de la Movilidad Sostenible, una iniciativa que tiene una larga historia de más de dos décadas con el objetivo de impulsar el cambio modal hacia medios de transporte más sostenibles en nuestros municipios. Campañas como esta nos permite comprobar anualmente los avances conseguidos en este terreno y darnos cuenta de hasta que punto hemos diseñado unas ciudades centradas en el coche, en vez de las personas. A lo largo de una buena parte del siglo XX, las ciudades modificaron su estructura para dar cabida al tráfico cada vez mayor de vehículos privados y esto ha provocado que la superficie destinada a este medio de transporte haya monopolizado el espacio urbano llegando a niveles superiores al 70% del espacio total, el 69% en una ciudad como Vitoria-Gasteiz, que ha sido pionera en políticas de movilidad sostenible. En los últimos años del siglo pasado y las 2 primeras décadas del XXI, está situación ha comenzado a cambiar pero, en mi opinión, sigue resultando sorprendente hasta que punto sigue resultando difícil para muchos ayuntamientos impulsar medidas de movilidad sostenible.

Sigue resultando sorprendente hasta que punto sigue resultando difícil para muchos ayuntamientos impulsar medidas de movilidad sostenible

Quizás esta resistencia al cambio, que es algo habitual en el comportamiento humano, puede combatirse con una sencilla pregunta ¿Darías marcha atrás? ¿La darían los donostiarras eliminando el carril bici de la Concha y recuperando esa zona para los vehículos privados? ¿La darían los vitorianos volviendo a meter el tráfico por la primera vía peatonalizada en España, la calle Dato? o ¿la darían los bilbaínos metiendo de nuevo los coches por la calle Ledesma? Creo que es evidente que la mayoría no meterían esa marcha atrás porque revertir esas actuaciones sería volver a una época pasada que no tienen nada que ver con las ciudades del futuro, con las tendencias que nos marcan las urbes más avanzadas y, sobre todo, supondría incumplir los compromisos de reducción de emisiones, no olvidemos que el transporte es uno de los principales culpables de la emisión de gases efecto invernadero en las áreas urbanas.

A veces viene bien revisar nuestro pasado para volver a reivindicar lecciones aprendidas, lecciones como que las calles peatonales o con tráfico calmado incrementan su tejido comercial y mejoran las ventas del mismo o que la reducción del tráfico mejora tanto la salud física como mental de la ciudadanía. La polución en las ciudades provoca miles de muertes al año en nuestro país y el tráfico es uno de los principales responsables de esa contaminación. Pero también es importante reivindicar como los nuevos espacios libres de coches cambian las interrelaciones humanas en el espacio público, favoreciendo el encuentro o facilitando espacios más seguros y amables para jóvenes o mayores. No es lo mismo llegar a un colegio rodeado de dobles filas que hacerlo en bicicleta o caminando, a través de entornos pacificados. Son varias las AMPAS vascas que ya lo han puesto en práctica en varios centros educativos y estoy seguro que esta tendencia es imparable.

Debemos pensar en cuidades caminables, que tengan los servicios básicos a menos de 15 minutos a pie, con una red eficiente de transporte público y con una infraestructura adecuada que fomente los desplazamientos en bicicleta

Por mucho que algunos se sigan aferrando a modelos pasados, está cada vez más claro que los coches no son para las ciudades, incluso aunque se consiga electrificar todo el parque de automóviles, debemos pensar en cuidades caminables, que tengan los servicios básicos a menos de 15 minutos a pie, con una red eficiente de transporte público y con una infraestructura adecuada que fomente los desplazamientos en bicicleta o en vehículos de movilidad personal. Estas ciudades serán las más competitivas, mejor dicho lo están siendo ya, como lo demuestran las políticas de movilidad sostenible emprendidas por las principales capitales europeas, con excepciones como Madrid, que sigue aletargada y rehén de unas mega infraestructuras de carreteras, confieso que he perdido la cuenta de circunvalaciones y radiales, y una dispersión urbana que lo único que ha logrado es una mayor contaminación y atascos permanentes.

Combina y muévete, este ha sido el lema de la Semana Europea de la Movilidad Sostenible de este año. Yo me quedo sobre todo con la última palabra. Las ciudades tienen que moverse hacia una movilidad más sostenible y hacerlo de manera más rápida, entre otras cosas para ser más democráticas y justas porque en la mayoría de ellas más del 50% de su población ni tan siquiera tiene carne de conducir y cada vez son menos los jóvenes que quieren sacárselo. Sin embargo, seguimos hablando de departamentos de tráfico, en vez de departamentos o servicios de movilidad y cuestionando las inversiones en transporte público en vez de cuestionar, por ejemplo, la dispersión y la densidad de nuestro diseño urbano o la falta de mezcla de usos en sus calles, alejando los centros de trabajo de las áreas residenciales.

Este pasado domingo, 25 de septiembre, se celebraba también el 7º aniversario de la Agenda 2030 y sus 17 ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible). La movilidad sostenible contribuye decididamente a la consecución de varios de ellos, defender lo contrario es ir contra la hoja de ruta mundial refrendada por Estados, empresas y sociedad para afrontar el cambio climático. Así que si queremos que nuestras ciudades vayan en la dirección correcta hay que combinar una serie de recetas: más espacio público para las personas, una red de transporte público más eficiente conectada y rápida, fomentar los medios de desplazamiento que tienen 0 emisiones como la bicicleta o fomentar desplazamientos más sostenibles entre ellas. Para impulsar todos los ingredientes de esta receta se necesitan seguir creando alternativas reales y competitivas al uso del coche privado y se necesitan corporaciones valientes que sepan construir y despejar el camino hacia unas ciudades con menos coches. Eliminemos el retrovisor de nuestras políticas de movilidad para evitar tentaciones de volver a épocas ya superadas.