“Saldremos más fuertes y mejores, porque este virus lo paramos unidos”. Y aquí estamos. Debilitados, con una crisis económica mundial y con el virus campando a sus anchas. 2021 ha supuesto una nueva sacudida que ha permitido mostrar las grandes grietas que tiene la globalización, dejando patente la gran fragilidad del sistema. Veamos algunas de las claves que nos ha dejado este año.

En primer lugar, el encallamiento del carguero Ever Given, uno de los mayores buques de transporte de contenedores del mundo, con 400 metros de eslora que transportaba 224.000 toneladas de mercancía desde China hacia Rotterdam, provocó el bloqueo del Canal de Suez en marzo. Como resultado, se impedía el tránsito de unos 9.700 millones de dólares diarios -405 millones de dólares a la hora- por una de las principales arterias en el transporte de gas, petróleo y mercancías en contenedores, representando una gran amenaza para las cadenas de suministro del comercio global.

 

“Saldremos más fuertes y mejores, porque este virus lo paramos unidos”. Y aquí estamos. Debilitados, con una crisis económica mundial y con el virus campando a sus anchas

 

Pero Ever Given no ha sido la única amenaza. Mientras en Europa y en Estados Unidos se implementaron cierres estrictos, la producción se ha mantenido relativamente constante en algunos países asiáticos. Tras la reducción drástica de la demanda de muchos productos, una gran cantidad de cargueros no pudieron devolver contenedores a Asia, quedándose estos en Europa y Estados Unidos. Una escasez de contenedores que ha tenido como consecuencia el tensionamiento de las cadenas de suministro mundiales -que podría durar otros 18 meses- y el incremento de los precios del transporte.

En segundo lugar, somos muchos quienes, por primera vez, hemos escuchado hablar de semiconductores. La escasez de chips abría portadas a nivel mundial y se convertía en un auténtico pulso geopolítico. Entre Taiwán -23 millones de habitantes- y Corea del Sur -51 millones- suman el 43% de la capacidad mundial de producción de semiconductores. Si le añadimos el 15% de China -se espera que en menos de una década sea el primer fabricante mundial- y el 15% de Japón, tenemos como resultado que casi 3 de cada 4 chips salen de estos cuatro países. Lo que se asemeja a los países productores de petróleo -OPEP- que controlaban el 70% de la producción mundial.

 

2021 ha supuesto una nueva sacudida que ha permitido mostrar las grandes grietas que tiene la globalización, dejando patente la gran fragilidad del sistema

 

La crisis de los semiconductores se remonta a marzo de 2020, cuando la pandemia obligó a los fabricantes de automóviles a cerrar plantas y a suspender temporalmente los pedidos a proveedores. Al mismo tiempo, la industria electrónica se enfrentó a un aumento de la demanda de teléfonos móviles, televisiones, ordenadores y juegos por parte de una ciudadanía confinada en sus casas. Así, los fabricantes de chips redirigieron su suministro a la industria electrónica, que estaba, además, dispuesta a pagar más por las obleas de silicio.

Cuando la industria del automóvil volvió a funcionar más rápido de lo previsto en el verano de 2020 con un fuerte aumento de la demanda, se encontró con que los chips necesarios para la fabricación de coches no estaban disponibles. Los proveedores preferían mantener sus contratos -más lucrativos, recordémoslo- con la industria electrónica. Los coches utilizan muchos chips antiguos, de menor tecnología, baratos y con menores márgenes de beneficios. Además, la industria automovilística solo representa el 5% del sector de los semiconductores, por lo que, unido a su baja influencia, no ofrece incentivos para que los fabricantes de chips inviertan en mayor capacidad. Sin embargo, los vehículos dependen de estos chips para todo, desde las cerraduras de las puertas hasta los frenos. Las previsiones apuntan a que la escasez de semiconductores podrá superarse para 2023, obteniendo un nuevo equilibrio entre la oferta y la demanda. Y es que la globalización era esto: un negocio global e interconectado, donde cedemos soberanía económica y dependemos de terceros. O, dicho con otras palabras, que una gran sequía en Taiwán tenga como resultado un incremento en el precio del portátil que te vas a comprar en la tienda de tu pueblo. 

 

Cuando la industria del automóvil volvió a funcionar más rápido de lo previsto en el verano de 2020 con un fuerte aumento de la demanda, se encontró con que los chips necesarios para la fabricación de coches no estaban disponibles

 

En tercer lugar, nos encontramos con una grandísima crisis energética. Para entenderla no vale solo con mirar al mercado, sino también debemos buscar respuestas en la geopolítica. Los países que controlan sus propias fuentes de energía pueden proteger mejor sus intereses nacionales y, paralelamente, ejercer influencia económica y política a nivel internacional. Por el contrario, las economías que dependen de las importaciones pueden sufrir problemas de seguridad energética.

En este sentido, la evolución del panorama energético mundial seguirá determinando las decisiones políticas y estratégicas de los países productores, de tránsito y consumidores. Ha quedado claro que la política exterior tanto de Europa y Rusia, como de Estados Unidos, está muy influenciada por la seguridad energética. De momento, Rusia reduce su suministro de gas a Europa y España pierde parte del abasto de Argelia. Prepárense para un “invierno caliente”.

 

Y aquí seguimos. Sin saber hacia dónde caminar en medio de enfermizos juegos de supervivencia

 

El tensionamiento de las cadenas de suministro mundiales, los incrementos en los precios del transporte, el desequilibrio entre la oferta y la demanda de la oligopolística industria de los semiconductores y la crisis energética tienen como consecuencia directa una inflación -no sabemos si estructural o coyuntural- por encima del 5% que golpea aún más al convaleciente poder adquisitivo de una clase trabajadora que se ha reducido un 20% desde 2008.

Y aquí seguimos. Sin saber hacia dónde caminar en medio de enfermizos juegos de supervivencia. Sin embargo, es posible que el futuro no pase por megaproyectos súper competitivos globalmente, sino por inversiones a menor escala y con mayor resiliencia. A lo mejor va siendo hora de quitarnos de encima la inercia y el conservadurismo que han dominado las decisiones políticas de las últimas décadas y apostar por ideas frescas que nos abran las ventanas hacia un futuro de soberanía económica y social. ¿Está en nuestras manos huir de “El juego de la globalización”?