La recomendación propuesta por Josep Borrell para reducir la temperatura de las viviendas con el propósito de ganar autonomía energética frente a Rusia es una bonita manera de dar sentido social a una tendencia que se abría camino entre los ciudadanos no por causas colectivas, sino económicas y personales. Mucho antes de que Borrell hablara, los termostatos de cada vivienda se habían rebajado, no en un grado sino en varios, por la circunstancia de que mantener la misma temperatura salía caro, muy caro.

Como anunciaba 'Crónica Vasca', las comunidades de vecinos han anticipado el apagado de las calefacciones debido a que el precio del gas triplicaba los costes de años anteriores. Los consumidores individuales, ya sean usuarios de gas o de electricidad, han hecho lo mismo, no por su animadversión a Putin sino por el respeto a su propia cuenta bancaria.

 

Mucho antes de que Borrell hablara, los termostatos de cada vivienda se habían rebajado, no en un grado sino en varios, por la circunstancia de que mantener la misma temperatura salía caro, muy caro

 

La recomendación de Borrell se enmarca en un hábito por el que se recomienda como algo favorable lo que se venía haciendo por resignación. No es la primera vez. Cuando el ministro Garzón nos animaba a comer menos carne por las consecuencias negativas de su consumo estaba expresando como una causa noble lo que no era sino la consecuencia natural de la dificultad de las rentas para mantener el mismo nivel de vida.

Con una inflación que comienza a acercarse a los dos dígitos, la realidad es que la frugalidad en la dieta se hace necesaria, no tanto por las indeterminadas consecuencias que tiene para el planeta el consumo del chuletón por cuanto su coste se hace cada vez más elevado para las precarizadas rentas.

Suben los impuestos, de modo silencioso, como lo ha sido la no deflactación de la tarifa en un contexto alcista de los precios, lo que representa una subida de unos 100 euros por contribuyente. Igualmente sigilosa ha sido la subida indirecta aplicada en el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales mediante la modificación del precio de referencia sobre el que se aplica el porcentaje de exacción. 

 

Suben los impuestos, sube la inflación y no suben los sueldos, como consecuencia de ello, los ciudadanos son más pobres. Es mejor que no coman chuletón ni mantengan la calefacción en la temperatura que les agrada

 

De esta manera, las recomendaciones para no incurrir en gastos elevados se van haciendo más necesarias. Suben los impuestos, sube la inflación y no suben los sueldos, como consecuencia de ello, los ciudadanos son más pobres. Es mejor que no coman chuletón ni mantengan la calefacción en la temperatura que les agrada. También se podría hablar de los costes medioambientales del uso frecuente de la lavadora o de lo innecesario de planchar las camisas. Tampoco es bueno el consumo de refrescos azucarados y, de las bebidas alcohólicas, qué vamos a decir.

Es mejor no consumir. Por eso, no conviene viajar si no es a pie o, en su caso, en trayectos cortos y mediante transporte público. Es muy desaconsejable el uso del avión para desplazamientos de ocio y lo mismo se puede decir de embarcarse en un trasatlántico. Lo mejor para unas vacaciones saludables es quedarse cerca de casa, que hace, además, que el consumo se quede aquí.

La pobreza, no cabe duda, es mucho más ecológica que la riqueza. Una política económica orientada hacia la sostenibilidad debe dirigirse hacia la supresión de gastos que trastornan el ecosistema, no puede ser de otra manera.

 

La pobreza es buena para la salud, para la personal y para la del planeta

 

No es algo tan nuevo. Los carburantes, como también la electricidad, tienen cargas impositivas excepcionales que están pensadas para el bien de los ciudadanos. Por eso, la mitad del precio de un litro de gasolina va destinado a pagar impuestos. Se trata de una carga impositiva con propósitos disuasorios, ya que, como bien sabemos, el consumo de hidrocarburos no es bueno para nadie.

La pobreza es buena para la salud, para la personal y para la del planeta. Por eso, la recomendación de Borrell, como fue la de Garzón, va en la dirección que anima a un cambio de paradigma por el que se interpreta que el consumo destruye mientras que la sobriedad, eleva. Hacia allí vamos derechos, hacia una menor capacidad de gasto que habremos de celebrar por traer sostenibilidad, solidaridad y un correcto desarrollo.