Le he robado el título al gran libro que publicó Juan Ramón Lodares en el año 2000. Lo que no habría dado de sí este investigador, lamentablemente arrollado por un camión en 2005. Lo uso para hacerme una idea de por dónde van los tiros con la propuesta que todo el arco de alianzas parlamentarias del Gobierno (desde Podemos a Más País , pasando por tutti quanti del variopinto nacionalismo no español en las Cortes) acaban de realizar sobre el asunto que quita el sueño a la gente de este país (España). Podrían pensar que es la pandemia, el paro, las perspectivas económicas… ¡qué va! Es, como no podía ser de otro modo, la lengua, nuestro salvavidas del barroco nacional, de cuyo bucle no salimos.

¿Qué proponen? Literalmente que se haga realidad, por fin, el paraíso políglota. Para empezar, según informa este periódico, terminar de configurarlo bien y que alguna Comunidad Autónoma remisa o que no se ha enterado de que tiene lugar en el paraíso, sea obligada a entrar en él. Se refieren a Asturias, cuyo estatuto comete el imperdonable error de establecer que el bable lo aprenda quien quiera. A ver qué dice Lastra. Continúa con la exigencia de un efectivo plurilingüismo en todas las instituciones del Estado, desde las propias Cortes hasta la Seguridad Social pasando por la judicatura. Todo ello pasa, por supuesto, por la obligación de los correspondientes funcionarios de conocer la lengua propia del lugar de su destino. De modo que si una funcionaria, pongamos por caso, comienza su carrera en Cataluña, continúa en Asturias y termina en Euskadi encarnaría ella misma el paraíso políglota, además, claro, de no haber tenido tiempo en su vida para nada más que para hacerse merecedora quizá de una mención al mérito lingüístico.

El paraíso exige aceptar que el castellano es lengua impuesta porque por detrás viene el resto del credo político, que tiene que ver con una idea confederal de España, de lo más tradicionalista

Se trata, dicen los promotores, creyendo que dan una campanada de progresía, de acabar con la “imposición del castellano”. Yo he vivido largo tiempo en dos comunidades autónomas con lengua propia, Galicia y Euskadi y, debe ser mi acendrado nacionalismo español, pero lo que he percibido es casi lo contrario, qué raro. Trabajo en una universidad (la UPV/EHU) en la que cualquier comunicación, la que sea, se produce en la lengua machacada por el español y, si reclamas, te lo mandan entonces en esa lengua que se impone sin piedad. Pero que conste que lo mismo me ocurría en la Universidad de Santiago de Compostela y en el concello de Ames, donde viví.

Pero da igual lo que yo o cualquier otra persona hayamos experimentado en este purgatorio lingüístico que es al parecer todavía España. El paraíso exige aceptar que el castellano es lengua impuesta porque por detrás viene el resto del credo político, que tiene que ver con una idea confederal de España, de lo más tradicionalista, en la que lo que se debe diluir hasta casi su imperceptibilidad es lo que llamamos, ya con la lengua del paraíso asumida, el Estado.

Hace un par de días participaba en un seminario del Instituto Max Planck de Historia del Derecho sobre derecho y diversidad en Europa. El seminario era en lengua impuesta también, inglés, porque allí había de todo. Me interesó mucho la reacción de un colega serbio, Nenad Stefanov, a mi explicación sobre el asunto de la diversidad identitaria en España. El paraíso, vino a decirme con notable agudeza, ya estaba inventado justo antes de que ustedes iniciaran la Transición. Era la constitución yugoslava de 1974, probablemente la más larga de la historia porque en cada rincón del Estado recreaba el paraíso confederal, cultural y políglota. Solo había un problemilla, continuó Nenad: que se les olvidó la democracia y la libertad, es decir, no obligar a la gente a ser lo que los dirigentes nacionalistas tenían programado para ellos. Esa, remató, es la gran diferencia con la España de la Transición, que construyó democracia a la vez que constitucionalizó la diversidad. Gracias, Nenad.

Será de nuevo cosa mía, pero esa propuesta tradicionalista de Podemos y asociados me sonaba muchísimo al compelle intrare católico, el principio de que es legítimo obligar a otros a pertenecer a tu iglesia

El resultado de un paraíso políglota, cultural, confederal, con presidencia colectiva del Estado incluida, pero sin libertad ciudadana, se vio enseguida, no hizo falta esperar a la guerra entre los dirigentes del paraíso. A largo plazo la consecuencia todavía ha sido peor, conllevando un proceso de des-secularización de la sociedad serbia entregada a los brazos siempre dispuestos a acoger de la Iglesia nacional. Mucho ojo, porque genética religiosa aquí tenemos para aburrirnos y, será de nuevo cosa mía, pero esa propuesta tradicionalista de Podemos y asociados me sonaba muchísimo al compelle intrare católico, el principio de que es legítimo obligar a otros a pertenecer a tu iglesia. El artículo 4 del estatuto asturiano que estos carcas se quieren cargar dice que el bable gozará de protección oficial, pero que se respetará la voluntariedad de su aprendizaje. ¡Asturias, resiste!