Ametralladora, bazooka, fusil, bomba, defensa elástica, tanque, cóctel molotov, artillería, unidades katiusha. Son éstos términos que nos acercan a la guerra, a la batalla y a Ucrania, lugar donde a estas horas se libra una cruenta serie de escaramuzas promovidas por el narcisista presidente ruso. Pero hay otro término del que no me gustaría olvidarme, la violación como arma de guerra. 

En Ucrania hay veinte millones de mujeres de las cuales la gran mayoría permanecen en el país expuestas, no solo a las bombas sino también a la violencia sexual que sobre ellas se ejerce como un arma más de las que se utilizan en los ataques.  La violación se sigue empleando en todos los conflictos y es el delito más impune de cuantos se comenten en una guerra. 

Ya en 1975 se realizó un estudio pionero sobre este tipo de violencia utilizada en los conflictos. Se titulaba “Contra su voluntad” y en él la investigadora Susan Brownmiller documentaba ejemplos de violación durante la guerra como un proceso de intimidación por el cual los hombres mantienen a las mujeres en un continuo estado de terror. No sucede únicamente en conflictos como el que ahora nos aterroriza sino que es algo que viene sucediendo en los campamentos de refugiados, en las rutas migratorias y en todos aquellos lugares y conflictos en los que la mujer es especialmente vulnerable. 

 

La violación se sigue empleando en todos los conflictos y es el delito más impune de cuantos se comenten en una guerra. 

 

La organización “No somos armas de guerra” constata que no hay un solo conflicto en el mundo en el que no se recurra a la violación como arma extremadamente eficaz, un arma que golpea no solo a la víctima sino también a su familia y a toda la comunidad. Se practica además con una impunidad total con lo que se alienta a otros violadores. Como ejemplo decir que durante las guerras de Yugoslavia, entre 1992 y 1995, 20.000 mujeres fueron violadas, más de un millón en la República del Congo y así sucesivamente guerra tras guerra. 

Ya en 1949 la Cuarta Convención de Ginebra hacía la primera mención explícita de la violación como arma de guerra. Entonces no se consideró un crimen grave. Fueron los tribunales de la antigua Yugoslavia y de Ruanda los que permitieron definir esos crímenes en el Derecho Internacional. Después, en el Estatuto de Roma de 1998, se estableció la definición de los elementos que constituyen el crimen de violación en tiempos de guerra. Incluye, por ejemplo, la prostitución forzada, el embarazo forzado y la esclavitud sexual. 

 

Ya en 1949 la Cuarta Convención de Ginebra hacía la primera mención explícita de la violación como arma de guerra. Entonces no se consideró un crimen grave

 

En ocasiones, la guerra de Bosnia por ejemplo, se instauran “campos de violación”, centros de detención diseñados para proceder a la violación como método de presión psicológica. Las mujeres retenidas en esos campos eran denominadas “mujeres consuelo” durante la Segunda Guerra Mundial y eran tratadas como auténticas esclavas sexuales. 

Escuchaba estos días que los proxenetas se están frotando las manos con la guerra en Ucrania. Más de un millón de mujeres ucranianas han abandonado el país en los últimos años para ejercer la prostitución en Occidente. Es un dato proporcionado por la Coalición contra el Tráfico de Mujeres, organización que constata que Ucrania viene siendo el burdel de Europa y que la guerra no va a hacer más que aumentar el número de mujeres que se ven abocadas a la prostitución para salvar su vida y la de sus hijos/as. 

 

Una vez más, las mujeres son dobles víctimas de la guerra. Son víctimas de las bombas y la metralla y víctimas de quienes las consideran un objeto más a través del cual infringir daño al adversario

 

Y ya que hablamos de violencia, mujeres y Ucrania no nos olvidamos de que en el país más pobre de Europa se permite la gestación subrogada de forma remunerada para extranjeros heterosexuales. Las empresas especializadas en este “servicio” informan de que la ley ucraniana no limita la cantidad de compensación financiera para la madre subrogada. Los honorarios van desde los 36.000 euros hasta los 50.000 dependiendo del programa de gestación. Una fortuna para mujeres que viven en la pobreza. También quienes se encargan de estos trámites se frotan las manos ante la posibilidad de que la guerra y sus terribles consecuencias lleve a más mujeres a prestar su vientre para gestar un bebé que tendrán que entregar a otras personas nada más nacer. Una productora y un producto, en eso se convierten la madre y su hijo/a. 

Una vez más, las mujeres son dobles víctimas de la guerra. Son víctimas de las bombas y la metralla y víctimas de quienes las consideran un objeto más a través del cual infringir daño al adversario. 

Triste panorama. Dolorosa guerra. Más daño para las mujeres que verán en Ucrania como sus derechos vuelven a retroceder.