A muchas personas que vivimos una incipiente juventud con la preocupación del futuro del empleo que mantenía nuestra casa, la incertidumbre de qué pasaría con nuestro futuro, el aún pestilente olor a ría y el hartazgo y la indignación del terrorismo de ETA, el apellido Guggenheim nos sonaba absolutamente indiferente y ajeno.

Con dicha apatía circundante, ante un contexto de crisis industrial, social y con una tasa de desempleo por encima del 20%, algo había que hacer y se hizo. ¡Vaya que sí se hizo! Ese nombre tan raro lo iba cambiar todo. Sin saberlo todavía, el Guggenheim iba a convertirse en el pilar clave de la transformación de Bilbao, de su área metropolitana, de toda Bizkaia, de Euskadi en gran medida y un faro cultural a nivel mundial y no, no es una bilbainada.

El tango dice que veinte años no son nada y nuestro Guggenheim ya ha cumplido el cuarto de siglo. Reconozco con orgullo que utilizo el posesivo nuestro porque en realidad, ese sentimiento de pertenencia del museo raro, al estilo de un papel de aluminio arrugado, nos ha calado hasta los huesos y cuando fuera de esta tierra hablamos de nuestra ciudad es santo y seña de nuestra identidad, como el Athletic o como la txapela de medio lao.

No todo fue un camino de rosas, la apuesta de Bilbao por el Guggenheim y de la Fundación homónima por aquel Bilbao fue un cúmulo de empeños, esfuerzos, casualidades y mucho trabajo del conjunto de la instituciones de la época. Aquella apuesta económica era arriesgada, aquel desembolso millonario medido en kilómetros de carretera requería visión de futuro, altitud de miras y contra viento y marea vencer las reticencias sociales y políticas de aquella época. La hemeroteca sitúa a cada cual en su sitio, no estaría mal admitir los errores y no volver a cometerlos.

ETA usurpando el nombre de Euskadi, de las vascas y vascos con ansias de aires de renovación y modernidad no quiso desaprovechar aquel escaparate mundial para su vileza y cobardía asesina. Lo pagó con su vida el ertzaina Txema Aguirre en los días previos a la inauguración, al detectar la colocación de unos maceteros trampa que escondían doce lanzagranadas que iban a ser detonados el día de la apertura oficial con la presencia de las máximas autoridades. A su memoria, a su familia, a sus allegados sigue siendo eterna la
gratitud a su trabajo y la permanencia de una memoria reparadora. Veinticinco años después ETA no existe, no está, respiramos un aire mejor, con la mirada hacia delante, pero sin olvidar echar un ojo al retrovisor para poder avanzar con la solidez del recuerdo, la reparación y la justicia.

Please, can you help me? Oír esta frase a día de hoy no sorprende ni a los viandantes mas txirenes del Botxo que lo han asumido con la misma naturalidad con la que a las doce del mediodía se toman el primer txikito. Encantados y con nuestro peor o mejor inglés, en coreografía con el lenguaje gesticular si es necesario, nos hacemos entender con los visitantes para dar las indicaciones oportunas para que ubiquen en el plano nuestro museo titánico, pero esto tampoco fue siempre así de habitual.

La llegada del turismo cultural, de los primeros asiáticos, estadounidenses, nórdicos ... fue una alucine que se decía entonces. Estábamos en los mapas del turismo internacional, era evidente, palpable, nos querían conocer y les queríamos recibir. No solo por buenos anfitriones, que también, sino porque esto suponía morder la apetecible tarta de las oportunidades comerciales que todas estas visitas nos posibilitaban.

A este fenómeno se le ha venido a llamar el efecto Guggenheim; metro, comercio, hoteles, oferta gastronómica, ocio... todo se transformó hace veinticinco años para alumbrar la nueva ciudad de hoy en día.

Por el museo han pasado las más diversas colecciones. El continente y el contenido han bailado todo tipo de sones; desde Armani, las motocicletas, Warhol, Louise Bourgeois, Bill Viola, Oteiza, Cadler, Koons... Sería muy atrevido por mi parte valorar artísticamente las
múltiples exposiciones, reconozco que no es fácil objetivar el arte moderno. Creo que gran parte de la ciudadanía comparten este sentimiento, intuyo que el contenido aún siendo importante, interesante y atractivo es el eterno secundario de las películas que engrandecen al actor principal, gure Guggenheim. ¡Ah! y gure Puppy. Como reza el chiste, el guardián de la chabola.