La energía está de moda y nos está proporcionando a todos grandes lecciones de cómo funciona la economía. Cuando la oferta y la demanda se desequilibran, los precios se disparan y hacen más rentable implementar medidas de ahorro y de producción.

Lo saben bien los fabricantes de tubos de Ayala, cuyos resultados financieros dependen en gran medida de la cotización del barril de petróleo. Y lo sabían los gestores del astillero La Naval, que en sus últimos años vivió fundamentalmente de la construcción de buques metaneros. Alguno de los aproximadamente 350 que surcan actualmente los mares se fabricó en Sestao.

Y no paran de trabajar, porque ante el corte de tres de los cuatro gasoductos que llevaban el gas natural entre Rusia y Europa, a gran parte del continente no le queda otra opción que traerlo en barco o consumir menos. Así que la demanda de metaneros está en máximos, mientras vemos cómo se desmonta el astillero de Sestao.

¿Fallo de estrategia? Es posible, pero no ha sido precisamente el más importante. En el mundo de la energía es muy importante planificar bien a largo plazo pero todavía más ejecutar estos planes de forma correcta, al margen de coyunturas políticas. Y esto último en Euskadi ha fallado más de lo debido.

Hay que reconocer que la planificación energética en Euskadi ha sido impecable. De la mano de entidades como el Centro para el Desarrollo Energético y Minero (Cadem) y el Ente Vasco de la Energía (EVE), creadas en las postrimerías del propio Gobierno Vasco a principios de los ochenta, siempre ha habido una hoja de ruta clara y concreta. Otra cosa es que se haya seguido.

Sin ir más lejos, palabras como autosuficiencia y autoabastecimiento han figurado permanentemente en todos los planes redactados en Euskadi. Y ello explica que se hayan puesto en marcha dos ciclos combinados en Amorebieta y Zierbena y toda la infraestructura asociada a los mismos, que incluye el almacén subterráneo de gas natural de Gaviota y la planta de regasificación del superpuerto de Bilbao.

Euskadi lo apostó casi todo al gas natural, un recurso que en principio no se va a agotar en centenares de años y que es relativamente limpio. Sin embargo, el mismo esfuerzo hecho en aprovechar el combustible no se ha seguido para generarlo. Las supuestas reservas de gas natural del subsuelo de Alava siguen sin ser exploradas.

Desde que Patxi López viajara a Texas y se pusiera un casco azul junto a un pozo, nadie se ha atrevido a levantar la piedra de los hidrocarburos en Euskadi. En La Rioja sí, por cierto. El PSE se echó de repente para atrás y el PNV, que en privado es favorable a la extracción de gas natural en Álava, no ha tenido agallas para dar a este asunto la importancia estratégica que tiene.

El resultado de la timidez política es que Euskadi depende hoy en casi un 50% de un combustible que está multiplicando sus precios sin límite por la imposibilidad de equilibrar oferta y demanda. Es verdad que la mayor responsabilidad la tienen los alemanes, pero también que nosotros tenemos la "suerte" de vivir sobre un manantial de gas que no queremos ni explorar.

Pero no todo es este hidrocarburo. Conviene recordar que Euskadi tuvo dos reactores nucleares a punto de empezar a operar en Lemoiz y que nuestros políticos prefirieron cerrarlos en el último momento. Hoy en día hasta los idílicos finlandeses construyen plantas de este tipo para cubrir sus necesidades.

¿Y qué decir de las renovables? Dado que construir pantanos para generar hidroelectricidad hoy en día no es factible, hace tiempo que desde el EVE se apostó por los molinos de viento y, en menor medida, por las placas solares. Pero pasan los años y aquí no se instala ninguna planta eólica.

Somos líderes en la ingeniería en esta materia pero nos negamos a poner los aparatos en nuestra tierra. Un despropósito, teniendo en cuenta que es una fuente de energía que cada día resulta más barata y limpia. Es cierto, eso sí, que Euskadi es líder en investigación de offshore flotante, que podría ser una alternativa con menos "inconvenientes".

Hay un último capítulo que conviene mencionar: el de la valorización de residuos. Aquí se ha actuado con algo más de valentía en Bizkaia y últimamente también en Gipuzkoa. Se construyó la planta de coke, que da una segunda vida a algunos restos de producción de Petronor, y se puso en marcha Zabalgarbi para quemar los residuos urbanos y generar electricidad.

Y las empresas de energía deben trabajarse mucho más su reputación corporativa para que algunos partidos de izquierdas no puedan aprovechar puntos débiles como los exagerados sueldos de sus principales ejecutivos o la institucionalización de las puertas giratorias

Pero se ha hecho muy poco para valorizar residuos agrícolas como los purines del ganado, que son una fuente inagotable de metano, un sustitutivo del gas natural. En los últimos dos años ha surgido un gran interés por el hidrógeno verde, que permitiría hacer algo parecido con la contaminación que producen ciertas industrias al mismo tiempo que se almacenan los excedentes de las renovables para su posterior uso.

Pero se trata de un combustible todavía incipiente porque las plantas de generación solo son rentables si reciben subvenciones públicas y porque se pierde energía en el proceso de transformación. De ahí que sea tan positivo que el proyecto de Petronor para el superpuerto haya sido uno de los siete elegidos en España para recibir fondos europeos. Sin esa ayuda no sería viable.

Nuestra economía necesita energía para funcionar y es nuestro deber no solo generarla y distribuirla hasta los puntos de consumo sino también tener un cierto control sobre su origen. Las tecnologías han evolucionado mucho en los últimos años y producir electricidad en Euskadi es cada día más factible y, por ello, ha de ser una prioridad absoluta de quienes nos gobiernan.

Las actitudes políticas que solo buscan oponerse a todo sin ofrecer alternativas deben ser rechazadas. Y las empresas de energía deben trabajarse mucho más su reputación corporativa para que algunos partidos de izquierdas no puedan aprovechar puntos débiles como los exagerados sueldos de sus principales ejecutivos o la institucionalización de las puertas giratorias.