La película que ha hecho Icíar Bollain sobre Maixabel Lasa lleva camino de convertirse en el equivalente de 'Patria' en el cine. Al igual que la novela de Fernando Aramburu, a 'Maixabe'l le va a sobrar audiencia. No es para menos, puesto que es una gran película, como 'Patria' es una magnífica novela. Ni uno ni otro relato se preocupan en exceso por teorizar lo que no tenía más teoría detrás que la que cabía en una rueda de prensa sin preguntas de los dirigentes de turno de HB. No admitían preguntas porque no había mucho más que decir: ETA liquidaba a sus contrincantes políticos y ellos mismos tenían la culpa. Por eso Arnaldo Otegi pudo confesar con todo el cuajo que él estaba tan ricamente en la playa cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco, porque ese no era su momento, era el momento de quienes, como Patxi Makazaga o Luis Carrasco no tenían ni la más remota idea de a quién mataban cuando asesinaron a Juan Mari Jauregi.

 

Al igual que la novela de Fernando Aramburu, a 'Maixabe'l le va a sobrar audiencia. No es para menos, puesto que es una gran película, como 'Patria' es una magnífica novela

 

El etarra de Aramburu es de ficción, pero perfectamente verosímil, como demuestran los etarras de Maixabel, reales e idénticos al de Patria. Se trataba de personas que habían hecho un recorrido muy coherente desde Jarrai y la kale borroka a un comando y de ahí al asesinato. No había ningún lugar en todo ese tránsito para la teoría, para pararse a pensar siquiera porqué se iban a cargar a tal o cual persona. Si era un uniformado la justificación la llevaba puesta, y si no, como en el caso de Jaúregi, bastaba la orden de “arriba”. Es algo que aparece muy frecuentemente en los relatos de los etarras que han querido dejar testimonio de aquel horror. No es de extrañar que Iñaki Rekarte, ex etarra, se refiriera a la banda como una secta en la que era fácil entrar pero de la que salir te podía costar muy caro.

Esto es muy relevante en el relato que presenta ahora Bollain porque ofrece una explicación de quiénes fueron los auténticos caraduras en todo ese enjambre que había alrededor de ETA. Los Carrasco, Rekarte o Makazaga asesinaban, les detenían (prácticamente siempre) y se tiraban décadas en el talego, pero había también una cohorte de jetas cuyo cometido era señalar por dónde tenía que continuar la poda de contrincantes políticos, explicar en ruedas de prensa sin preguntas el sentido de los asesinatos y dar cobertura no ya a los asesinos, sino sobre todo a sí mismos gracias a los asesinos. Los caraduras tenían asegurado el atril desde el que apuntar o justificar: plenos municipales, parlamento vasco o programas de la televisión pública vasca expresamente cedidos para tal fin. En los años del pim, pam, pum tenían más medios que nadie para construir el relato, sobre todo porque exhibir cualquier otro te colocaba en la lista del carnicero.

 

Cuando Maddalen Iriarte, que tuvo su atril en ETB, dice que cada cual tendrá su relato está queriendo tejer a toda prisa una coraza que proteja no ya a ETA, sino a sí misma y a los caraduras que formaban parte del enjambre

 

Pero el pim, pam, pum se acabó y no porque “artesanos de la paz” como Arnaldo Otegi ayudaran a ello sino precisamente porque el Estado de derecho pudo más que el enjambre que alimentaba a los jetas. Fue terminar la amenaza al discurso díscolo, recuperar algo tan esencial a la democracia como la libertad de la literatura y comenzó a construirse un relato completamente diferente acerca del terrorismo, de los terroristas y de los caraduras. Series de televisión, documentales, novelas y películas están ofreciendo una narración en la que quedan retratados los etarras, desde los primeros hasta los últimos, explicando que desde José Antonio Pardines hasta Jean-Serge Nérin fue todo el mismo horror de un fanatismo ultranacionalsita. Pero también, y esto es más importante, quedan retratados los jetas, los que explicaban y alentaban, que eran los mismos que exigían el sacrificio, como el cura de Patria o los que condenaban al aislamiento local de los “arrepentidos”, como experimenta el propio Makazaga en 'Maixabel'.

 

No deja de sorprenderme la opinión, bastante extendida, de que si ETA perdió su guerra puede estar ganando el relato. Al contrario, yo creo que el relato es su problema

 

Son las mismas personas que están ahora dando lecciones de cómo ha de ser el relato sobre el terrorismo porque saben bien que el que se construye desde la libertad de la literatura les deja como lo que eran. Cuando Maddalen Iriarte, que tuvo su atril en ETB, dice que cada cual tendrá su relato está queriendo tejer a toda prisa una coraza que proteja no ya a ETA, que tuvo que desaparecer en la más absoluta ignominia, sino a sí misma y a los caraduras que formaban parte del enjambre. Cuando Arnaldo Otegi concede una larga entrevista para no mostrar una sola frase de condena de todo aquello, está haciendo lo mismo. Los caraduras no han cambiado, solamente se han especializado.

No deja de sorprenderme la opinión, bastante extendida, de que si ETA perdió su guerra puede estar ganando el relato. Al contrario, yo creo que el relato es su problema. Respecto de ETA no hay duda y a nadie le importa mucho ya, ni siquiera a los caraduras del enjambre. Su problema con el relato que se forma desde la libertad de la literatura es que les está dejando en evidencia a ellos: al cura, al jefecillo de la Herriko Taberna, al portavoz, al abogado de presos. Y la peor noticia al respecto para los caraduras es que no son capaces de contrarrestar este relato porque sería, cuando menos, ridículo.