Después de dos años de pandemia, de recogimiento, salvo para Boris Johnson claro, y de no disfrutar de la calle y de los bares, se ha abierto la veda de las fiestas populares y el personal se lanza a su disfrute bajo la premisa de vivirlas al cien por cien por si cualquier catástrofe, sea un virus, una guerra o lo que toque, nos encierra de nuevo. El carpe diem se ha instalado en nuestras cabezas y corazones, queremos exprimir la vida e incluso nos vamos sumando poco a poco a esa gran dimisión que surgió en EEUU y que se va extendiendo por todo el planeta. Dimitimos de aquello que nos hace infelices, de trabajos precarios, de relaciones tóxicas, de vidas grises. Lo de los trabajos precarios daría para otro artículo porque en ocasiones es más rentable abandonar un empleo que nos convierte en pobres que pedir ayuda a las instituciones. Así está el patio. 

A lo que iba. Han vuelto las fiestas a barrios, pueblos y ciudades y con ellas han vuelto, nunca se habían ido en realidad, quienes se escudan en el baile, la fiesta, el kalimotxo y el calor de la noche para abalanzarse sobre chicas que tienen tantas ganas como ellos de disfrutar de los retomados festejos sin que nadie les moleste, les intente tocar, besar, arrinconar en un portal o ir incluso más lejos. Prácticamente no hay municipio que no tenga que convocar concentraciones de repulsa ante agresiones sexuales durante los días de sus fiestas patronales. Y cuando afortunadamente no sucede, lo destacan en sus balances finales. Como si no fuese lo normal, cómo si lo habitual fuese lo contrario. No, no podemos permitir que esas concentraciones pasen a formar parte del programa festivo de tanto tener que convocarse.

 

Prácticamente no hay municipio que no tenga que convocar concentraciones de repulsa ante agresiones sexuales durante los días de sus fiestas patronales. Y cuando afortunadamente no sucede, lo destacan en sus balances finales

 

Acaba de aprobarse en el Congreso la ley del sí es sí. Pone el acento en el consentimiento, con lo que cualquier relación que no sea expresamente consentida podrá ser considerada como agresión sexual. Desaparece el abuso sexual y el único concepto será el de violación. 

Ha costado que esta ley se apruebe. Hermana, yo si te creo. No es abuso, es violación. Aquellas frases que coreábamos en las calles cuando conocimos aquella sentencia contra la manada y el largo calvario judicial que vivió su víctima, resuenan hoy con fuerza en nuestras cabezas, con la fuerza de saber que echarnos a la calle mereció la pena. 

Llega la aprobación de la ley en un momento de terrible repunte de las violaciones grupales, si es que en algún momento había disminuido. En las últimas tres semanas hemos conocido otras cuatro agresiones múltiples pero es muy difícil documentar todas las que se producen. El portal Geoviolenciasexual ha certificado 274 agresiones sexuales y violaciones múltiples entre 2016 y 2021. Preocupa especialmente la juventud de quienes protagonizan estos actos que en muchas ocasiones están protagonizados por menores. 

 

Intentar buscar la causa de esto nos lleva a mirar, una vez más, hacia la educación. También lo hace la Fiscalía, que apunta a graves carencias de formación en materia sexual como responsables de esta violencia

 

Intentar buscar la causa de esto nos lleva a mirar, una vez más, hacia la educación. También lo hace la Fiscalía, que apunta a graves carencias de formación en materia sexual como responsables de esta violencia. No solo eso, el consumo de pornografía en internet desde edades tan tempranas como los 8 o 10 años también son causa importante. Ese llamado cine para adultos es accesible y abierto y si no hay un efectivo control parental llega a los y las menores sin filtro alguno. La pornografía muestra al hombre como dominador y macho alfa mientras que las mujeres aparecen representadas como sumisas y objetos cumplidores de los deseos masculinos. Si esos modelos son los que llegan a los más jóvenes y los dan por buenos y normales, no los identificarán como modelos tóxicos e incluso delictivos. El papel de padres y madres para cambiar esa percepción es fundamental; el problema es que ni padres ni madres parecen tener tiempo para explicar a sus hijos e hijas que eso, lo que ven en las pelis porno, les aleja de relaciones sanas. 

Volviendo al principio, a las fiestas en las que también las mujeres queremos disfrutar sin acosos ni agresiones de ningún tipo, llega la Ayuso para llamarnos malcriadas. Sí, por querer llegar a casa sanas, solas y borrachas, nos acusa de malcriadas e irresponsables. Yo también quiero llegar a mi casa feliz después de una noche de fiesta, de ligoteo, de alegría, de haberme tomado alguna copa y de haber disfrutado tanto como los hombres. Me declaro malcriada, y a mucha honra.