Entre todas las imágenes de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio, me llamó la atención la imagen en blanco y negro de la atleta holandesa, Fanny Blankers-Koen, a quien llamaron el ‘ama de casa voladora’ para burlarse de ella en las Olimpiadas de Londres de 1948. Una periodista escribió que era demasiado vieja para correr y que debería quedarse en casa para cuidar de sus hijos. Ella, en cambio, demostró que las mujeres también vuelan. Desafió todo tipo de críticas en su contra para convertirse en la gran sensación de las aquellos juegos, siendo la primera mujer en ganar cuatro medallas de oro en unas Olimpiadas. Sin saberlo se convirtió en fuente de inspiración para varias generaciones de mujeres atletas.

La menor presencia de mujeres en el deporte hacía indispensable la existencia de figuras como Fanny Blankers-Koan. La sociedad enviaba entonces un mensaje a las mujeres: el deporte es algo masculino, es algo de seres fuertes y vosotras no lo sois, son los hombres quiénes tienen más capacidad para ello. Lo mismo lleva ocurriendo con el papel reservado para la mujer en la ciencia y la tecnología, se dice que es algo masculino y que los hombres tienen más capacidades para ella. Crecemos rodeados por esos sesgos, que al no corregirse, hace que las chicas acaben asumiendo mayoritariamente las profesiones que la sociedad considera “más femeninas” y no por casualidad, peor pagadas.

La sociedad enviaba entonces un mensaje a las mujeres: el deporte es algo masculino, es algo de seres fuertes y vosotras no lo sois

En este último año y medio hemos visto como se producían al mismo tiempo dos situaciones contrapuestas. Como un mundo viejo dando sus últimos y peores coletazos, hemos visto como han sido las mujeres quienes, en mayor medida, han perdido sus empleos, quiénes han sufrido reducciones de jornada laboral, quienes se han visto afectadas por una elevada carga de trabajo no remunerado, y quienes han visto deterioradas sus condiciones de salud. Como si no hubiésemos aprendido nada, las mujeres siguen condenadas a la renuncia, a la sumisión del cuidado y a la asunción de la tutela de una sociedad que las necesita para que el mundo no colapse.

Y como un mundo nuevo que se quiere abrir camino, hemos visto como la actual coyuntura sanitaria y económica derivada de la incidencia de la COVID-19, parece otorgar mayor importancia a otras habilidades y aptitudes que, como dice Mary Beard, significa considerar el poder de forma distinta: significa pensar de forma colaborativa, pensar en el poder como atributo y no como propiedad; significa una mayor disposición a la escucha, la capacidad de ser efectivo, de marcar la diferencia en el mundo, del derecho a ser tomado en serio, en conjunto o individualmente.

Las mujeres siguen condenadas a la renuncia, a la sumisión del cuidado y a la asunción de la tutela de una sociedad que las necesita para que el mundo no colapse

Si cambia la estructura de la concepción del poder, hasta ahora codificada como masculina y enormemente competitiva e individualista, y cada vez hay más mujeres ocupando espacios antes reservados para hombres, debemos empezar a ser un poco optimistas, porque cuando llegue la siguiente crisis, se gestionará de otra manera y será más difícil que las mujeres vuelvan a la casilla de salida.