Hay una idea extendida y asumida en el debate público que consiste en asumir que vivimos en un momento de falta de expectativas y de futuro, donde cualquier acontecimiento distópico es posible.

La concatenación de dos crisis profundas que afectan a nuestro día a día es el suelo firme sobre el que fijamos esta percepción. La pandemia nos obligó a encerrarnos en marzo de 2020 y supuso un episodio distópico de tal envergadura que hemos tardado dos años en quitarnos las mascarillas y volver a vernos las caras. Probablemente todavía no podamos analizar con la perspectiva que nos da el paso del tiempo los cambios profundos que ha provocado un suceso global de esta envergadura. 

Por otra parte, la guerra de Ucrania y sus consecuencias, nos coloca ante otro suceso, que aunque probable, no se había previsto en las estrategias de planificación y suministro energético de los países europeos. Sirva como ejemplo el caso de Alemania, altamente dependiente del gas ruso, o el caso de Euskadi, qué importa el 90% de la energía que consume, y que ahora intenta acelerar un proceso de transformación energética hacia energías renovables que se había demorado en el tiempo. Y así, nos encontramos ante una crisis energética que impacta de lleno en nuestros bolsillos, en nuestra capacidad de consumo y en la capacidad de producción y distribución del sector empresarial e industrial. Un mal terrible como es la guerra de Ucrania genera una transformación impostergable porque el sistema económico mundial salta por los aires si no hay un sistema energético que vire hacia la autosuficiencia, y deje de depender de Estados autocráticos en decadencia. 

 

Probablemente todavía no podamos analizar con la perspectiva que nos da el paso del tiempo los cambios profundos que ha provocado un suceso global de esta envergadura

 

Vivimos enredados en el bucle de la incertidumbre donde solo leemos el mundo como una sucesión de catástrofes que se suceden a un ritmo frenético. Esta incertidumbre sumada a las dificultades de las administraciones públicas para acometer por si solos temas complejos que escapan a sus competencias, acrecienta la desconfianza de la ciudadanía que espera una clase política que de respuesta a sus problemas.

 

Ya se lo decía el gato Cheshire a Alicia en el País de las Maravillas, “siempre llegarás a alguna parte, si caminas lo bastante”. Andemos, si no queremos que otros nos hagan retroceder en el tiempo.

 

Como estamos viendo en Francia, los discursos populistas o antiestablishment encuentran terreno abonado en un contexto de incertidumbre. Ante la falta de futuro, el mensaje que encuentra altavoz es el que nos invita a volver a un pasado idealizado rodeado de nostalgia.

Para salir de este bucle al que nos avoca la nostalgia, necesitamos interiorizar que la sociedad ha cambiado, qué es mucho más heterogénea de lo que era antes. Necesitamos desarrollar ejercicios de imaginación política que nos permitan leer el mundo y ofrecer un horizonte de transformación. Eso solo será posible si somos capaces de identificar los activos de progreso que existen bajo la atmósfera de catástrofes que se suceden en el tiempo, y apostar por ellos. Ya se lo decía el gato Cheshire a Alicia en el País de las Maravillas, “siempre llegarás a alguna parte, si caminas lo bastante”. Andemos, si no queremos que otros nos hagan retroceder en el tiempo.