Así lo expresó con gran claridad el candidato de Esquerra Republicana a president, Pere Aragonès, mientras iniciaba los contactos para formar el Gobierno de una legislatura que para él ha de ser la de la amnistía y la independencia.

Por supuesto el candidato apelaba a esa paciencia menguante de la ciudadanía para tratar de acelerar lo suyo, pero es imposible evitar ver el otro filo de esa espada que Aragonès blandía heroico. En efecto, en Cataluña no ha habido un Gobierno efectivo desde el estallido del procés. Abandonada toda gestión de lo que no fueran sentimientos y emociones patrias, se optó por aplazar los problemas económicos, los de la administración sanitaria, los sociales, educativos, de convivencia, de igualdad, de orden público, en fin, esos de los que ha de ocuparse un Gobierno del signo que sea. Para entonces el deterioro de los servicios en general había empezado a afectar ya a la paciencia de los catalanes.

Que el estallido del procés fuese alimentado desde la élite que ha gobernado Cataluña casi ininterrumpidamente desde hace 40 años y coincidiera con los recortes sociales y de servicios públicos más demoledores de España seguramente fue una casualidad, (ya se sabe que contigüidad no significa causalidad) pero -lo que son las cosas- mucha gente sigue dudando si no fue por eso mismo por lo que se inició esto, lo que también afecta a su paciencia.

Pero lo que es peor: que hay catalanes que no son independentistas y que también tendrían su propio derecho a una cuota de paciencia limitada

Que todo este monocultivo de la identidad patria haya paralizado la vida política y parlamentaria y que haya llevado a Cataluña, y a Barcelona en concreto, a ver mermada su posición competitiva como metrópoli de referencia se ha dado por bueno. Todo era aceptable ante la inminente llegada a esa Ítaca independiente y soberana que, como ungüento amarillo, pondría remedio inmediato a esos “pequeños males”, inevitables en cualquier proceso de construcción nacional. Ni siquiera hizo mella en el entusiasmo soberanista el auténtico recelo con que los miraban en la Europa que habían mitificado contra esa España permafranquista que imaginan. El procés hacia la nada seguía adelante y la paciencia de los catalanes empezaba a ser motivo de admiración.

El pasado 14 de febrero los partidarios de la independencia sumados en su infinita diversidad (y mutua inquina) consiguieron el mítico 51% de votos emitidos, pero perdieron también el favor de más de 620.000 ciudadanos de Cataluña que en otros momentos les habían votado, así que algo de razón debe tener el candidato republicano respecto a la poca paciencia de sus votantes porque la mitad de esos votos los perdió precisamente el propio partido de Aragonès.

"Las dos últimas elecciones catalanas las han ganado partidos no independentistas, Ciudadanos en 2017 y el PSC ahora, pero como pasa siempre, ningún independentista quiere que esa realidad tan incómoda se vea"

Pero lo que es peor: que hay catalanes que no son independentistas y que también tendrían su propio derecho a una cuota de paciencia limitada. De hecho hay tantos de estos que las dos últimas elecciones catalanas las han ganado partidos no independentistas: Ciudadanos en 2017 y el PSC ahora. Como pasa siempre, ningún independentista quiere que esa realidad tan incómoda se vea y seguramente se las arreglarán para impedir que Salvador Illa pueda siquiera pronunciar un discurso de investidura porque lo importante no es que no salga elegido, que eso es seguro, sino que ni siquiera se perciba que ganó y que tendría derecho prioritario a presentarse ¡hasta ahí podíamos llegar!

En los últimos años hemos visto cambios que parecían inimaginables en la política catalana: expulsión del exhonorable por robar, ruptura y desaparición de CIU y de su heredero el PdCat, ascenso de ERC, aparición de grupos sociales que tutelan a los partidos nacionalistas y les obligan a firmar papeles, que ellos firman, la alcaldía de Barcelona en manos de una persona ajena hasta hace nada al establishment político, los mossos indignados con sus jefes políticos hasta el punto de que el propio Aragonès ha tenido que salir a última hora a calmar la tormenta interna y, como decía, los partidos no nacionalistas ganando una tras otra las elecciones. Todo un barullo que sin duda está haciendo mella en la paciencia cívica. Solo faltaría que el espectáculo que se vislumbra para formar el nuevo Govern independentista contribuya aún más a ese hastío y que en una indeseable repetición electoral se produjese un tsunami de la paciencia de los catalanes, ya agotada por completo.