Que Salvador Illa sea el candidato de los socialistas a presidente de la Generalitat ha merecido la peor consideración por parte de los mismos que llevan toda la pandemia acusando al ministro de Sanidad de una ineptitud rayana en lo delictivo. Tendría toda la lógica si sus críticos reprochasen al PSC haber escogido a un candidato tan inepto, al peor ministro de Sanidad de Europa, para un cargo tan importante para Cataluña que merecería alguien de valía y no él. Pero lo asombroso es que dicen todo lo contrario: que Illa utiliza su imagen personal como ministro al frente de la lucha contra el covid para su campaña.

Pero ¿qué imagen? ¿la del responsable de más 50.000 muertos más los que habría ocultado? ¿la del sinvergüenza que nos encerró en casa cuanto tuvo todo el poder o la del tramposo que cedió ese poder a las autonomías, “abandonándolas a su suerte”? ¿Quizás la del aprovechado que se apuntó el tanto de la llegada de las vacunas? Pero ¿no habíamos quedado en que resultaba intolerable que no pidiera perdón? Cosas como esas, y peores, se han dicho de Salvador Illa así que no cabe en cabeza alguna que quieres así lo han venido calificando le reprochen ahora que use su buena imagen como ministro. ¿En qué quedamos?

Paradójicamente el aburrimiento, tan denostado por los expertos en comunicación política, se ha convertido para Salvador Illa en un valor que destaca en medio de la tormenta mediática y política donde solo gana quien la dice más gorda.

Es una pregunta retórica, por supuesto. Quedamos en que las reacciones de indignación contra Illa candidato lo que han hecho ha sido destapar las mentiras previas sobre su gestión como ministro. Tan buena o tan mala como la de cualquier otro de los que en toda Europa se han visto asaltados por el tsunami de la pandemia.

Eso sí, Illa ha destacado por algo inhabitual en la política española actual, la mesura en el hablar, las explicaciones detalladas, el respeto y la habilidad para no entrar al trapo de ninguna de las provocaciones e insultos de los que ha sido objeto.

Illa ha destacado por algo inhabitual en la política española actual, la mesura en el hablar, las explicaciones detalladas, el respeto y la habilidad para no entrar al trapo.

Paradójicamente el aburrimiento, tan denostado por los expertos en comunicación política, se ha convertido para Salvador Illa en un valor que destaca en medio de la tormenta mediática y política donde solo gana quien la dice más gorda. Quizás quienes le critican ahora por su buena imagen se hayan percibido tarde de que ahí fuera hay una ciudadanía que está harta de escuchar gritos en medio del sufrimiento y podría tener la tentación de premiar la discreción o la simple educación. Podría ser eso.

Que Illa sea el segundo político mejor valorado en Cataluña no es mala tarjeta para alguien que pretende presentarse a las elecciones en Cataluña, digo. Cosa diferente es que en otras partes de España, singularmente en esa España que se cree la España toda, les parezca mal casi todo lo que pasa en Cataluña y raro lo que piensan la mayoría de los catalanes, pero ese no será el problema del candidato. En todo caso será problema de quienes al fin y al cabo no van a votar en las elecciones catalanas y posiblemente tampoco entiendan el resultado final, sea el que sea.