El liderazgo de Yolanda Díaz en las políticas de empleo le ha convertido en una de las Ministras mejor valoradas por sus conocimientos y por su capacidad para llegar a acuerdos; bajo su liderazgo se ha construido un colchón de seguridad en forma de ERTEs, que gracias al acuerdo y consenso entre patronal y sindicatos, puede impedir que esta crisis económica, que solo acaba de empezar, se convierta en caldo de cultivo para algo peor. 

Estos días, con motivo de su toma de posesión como Vicepresidenta Tercera del Gobierno de España, Yolanda Díaz ha insistido en qué por primera vez, el ‘trabajo’ adquiere una categoría política inédita, al alcanzar la máxima relevancia en la estructura jerárquica gubernamental; situación parecida a la que se da en Euskadi con la responsabilidad de Idoia Mendia como Vicelehendakari y consejera de trabajo y empleo. 

Las políticas de empleo y trabajo ocupan por lo tanto, un lugar protagonista en la escala de prioridades políticas ante un contexto de enorme transformación, incertidumbre y precariedad. Precisamente, esta misma semana se han presentado dos informes que ponen el foco en la situación de precariedad de dos sectores de empleo altamente feminizados y precarizados: el trabajo doméstico y la industria del pescado. 

 

El liderazgo de Yolanda Díaz en las políticas de empleo le ha convertido en una de las Ministras mejor valoradas por sus conocimientos y por su capacidad para llegar a acuerdos

 

Intermon Oxfam, con su Informe ‘Esenciales y sin derechos, o cómo implementar el Convenio 189 de la OIT para las trabajadoras del hogar’ pone el foco en el más de medio millón de trabajadoras del hogar que hay en España, las cuales no tienen reconocidos los mismos derechos que el resto de las personas asalariadas. Carecen de prevención de riesgos laborales, prestación por desempleo o protección por despido. Y no solo eso, su situación de precariedad e invisibilidad hace que, incluso, no se respeten los derechos que sí que tienen. 

Se trata de mujeres, algo más de la mitad migrantes (1/4 en situación irregular), que desempeñan su trabajo en soledad, en el espacio privado de los hogares de otros y sufren una alta dependencia económica. Antes de la COVID, el 32,5% vivía bajo el umbral de la pobreza, 1 de cada 6 en pobreza severa. 

En su excelente novela, ‘Canción Dulce’, Leila Slimani refleja la discriminación en la que viven muchas de estas mujeres al relatar el planteamiento de una pareja a la hora de contratar a la mujer que se encargará del cuidado de sus hijos: “Sin papeles, no. Espero que estés de acuerdo. Si se tratara de una asistenta o de un pintor de brocha gorda, no me importaría. Esta gente tendrá que vivir de algo, pero cuidar de los niños es distinto, es muy arriesgado. No quiero a una persona que tema llamar a la policía o ir a un hospital en caso de una urgencia. A parte de eso, que no sea demasiado mayor, que no lleve pañuelo y que no fume. Lo principal es que sea una mujer dinámica y que tenga tiempo para nosotros. Que trabaje para que podamos trabajar… Si tiene hijos, más vale que los haya dejado en su país”. Si alguien que quisiera contratarnos se refiriese en esos términos a cualquiera de nosotras, nos indignaríamos ante semejante discriminación. 

 

La situación de las mujeres de la industria del pescado se sustenta sobre prejuicios del pasado que se mantienen en la actualidad, según los cuales, el salario de las mujeres era concebido como un complemento del salario principal de sus maridos

 

Comisiones Obreras, por su parte, en su Informe, ‘Valoración neutra de los puestos de trabajo en la industria del pescado’, pone el foco en la precariedad de las mujeres encargadas del procesamiento y conserva del pescado, cuyos salarios no suelen superar los mil euros (28% menos que en la industria cárnica, sector claramente masculinizado). Euskadi, con 54 empresas importantes ubicadas en localidades como Bermeo y Zumaia, ocupa el tercer lugar en volumen de empresas del sector pesquero estatal después de Galicia (140) y Cantabria (80). 

La situación de las mujeres de la industria del pescado se sustenta sobre prejuicios del pasado que se mantienen en la actualidad, según los cuales, el salario de las mujeres era concebido como un complemento del salario principal de sus maridos. Dependencia y desigualdad que se reflejan en el salario. En la actualidad, la mitad de las mujeres que trabaja en la industria del pescado tiene un contrato precario y el 77% de los contratos a tiempo parcial los firma una mujer. Curiosamente, siendo uno de los sectores más feminizados de la industria alimentaria, solo un 14,8% de las mujeres ocupa un puesto de dirección o gestión. Parece que más que un techo de cristal, en la industria del pescado hay un techo de hormigón. 

La relevancia de estos informes, junto con otros informes y análisis, obliga a mirar al mercado de trabajo desde la óptica de la precariedad, pero también poniendo la mirada en la desigualdad que acecha a las mujeres. Si queremos acabar con la precariedad, el primer paso es acabar con la invisibilidad de los trabajos feminizados. El segundo paso es tomar decisiones.