El crecimiento del gasto público sin incremento paralelo de la recaudación conduce a la situación que estamos viviendo, como es la de un crecimiento de la deuda, que en España ha alcanzado el 125% del PIB.

En esta situación, el Gobierno se ha visto en la obligación de presentar a nuestros socios, y acreedores, europeos un plan de viabilidad de la economía que el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha resuelto planteando una subida fiscal que parece que va a llegar a todos los rincones en los que se vea asomar dinero.

La subida fiscal va a alcanzar a todas las clases sociales y a todos los tamaños de bolsillo, lo que conducirá a una merma de la capacidad de gasto y a una contracción de la economía que a su vez limitará una evolución favorable del Producto Interior Bruto y, a su vez, de la capacidad recaudatoria del Gobierno. En definitiva un círculo vicioso que llevará a una menor capacidad de gasto y a un incremento de las obligaciones del pago de la deuda.

Uno de los argumentos que va a sustituir al ya obsoleto de que los impuestos van a ser sólo para los ricos será el de que el sistema tributario español tiene menor presión fiscal que otros países europeos.

 

En definitiva un círculo vicioso que llevará a una menor capacidad de gasto y a un incremento de las obligaciones del pago de la deuda

 

En efecto, la relación entre la recaudación por impuestos y contribuciones sociales y el Producto Interior Bruto alcanzó en 2019 (último dato oficial) el 35’4, cuando en la zona euro esa relación está en el 41’6. Este margen parece alentar a los favorables a la subida de impuestos, que ven en esos seis puntos un espacio para su incremento.

Por el contrario, el argumento esgrimido por quienes se oponen a la subida fiscal es que, si bien es cierto que la presión fiscal es menor, el esfuerzo fiscal es superior a cualquier otro país, ya que si se considera la capacidad económica del contribuyente, esto es, el PIB per cápita, el coste individual para sufragar los impuestos es muy superior. Lógicamente, una misma presión fiscal es más pesada cuando tiene que soportarse por rentas bajas que por rentas elevadas. El resultado del estudio sobre esfuerzo fiscal sitúa a España entre los cuatro países europeos con este índice más elevado, sólo por detrás de Grecia, Portugal e Italia.

Tanto el concepto de presión fiscal como el de esfuerzo fiscal son demasiado groseros como para que se puedan extraer conclusiones absolutas. Cada país tiene sus peculiaridades y las decisiones deben de tomarse con cálculos y análisis más detallados.

En España, particularmente, no podría hacerse una valoración de este tipo sin considerar un elemento tan desgraciadamente característico como es la alta tasa de paro. En efecto, mientras que otros países tienen que afrontar el coste fiscal del Estado entre una población activa que está empleada en un 95%, en España hay que pagar la cuenta con una población empleada de sólo el 85% y aún menor si tenemos en cuenta todos los trabajadores que están exentos de tributación por la escasez de sus rentas.

 

Tanto el concepto de presión fiscal como el de esfuerzo fiscal son demasiado groseros como para que se puedan extraer conclusiones absolutas. Cada país tiene sus peculiaridades y las decisiones deben de tomarse con cálculos y análisis más detallados

 

El esfuerzo fiscal calcula la relación entre impuestos y el PIB per cápita, pero poco aporta este dato si considera como contribuyentes netos a todos los habitantes del país, cuando hay casos como el español en el que hay una sustancial parte de la población activa que no tributa porque no tiene ingresos. En definitiva, que no es lo mismo alcanzar una recaudación fiscal cuando los que ingresan y aportan son más que cuando esa misma carga hay que repartirla entre menos gente.

Por ello, cualquier subida de impuestos que se realice en España cuenta con la desventaja para sus trabajadores de que va a aplicarse sobre un porcentaje menor de la población y que el verdadero esfuerzo fiscal que van a tener que hacer será muy superior al que esa subida representaría en lugares con pleno empleo.

Esa carga tributaria concentrada sobre la población activa empleada va a tener consecuencias adversas no solo para el sujeto pasivo que tiene que afrontar la deuda fiscal sino sobre el conjunto de la economía, ya que los males propios de la carga impositiva se acrecientan al aplicarlos a un conjunto de población menor.

Así, supone un desincentivo a la inversión, ya que el fruto de la misma se ve muy disminuido por los impuestos, lo que tiene su consecuencia en la propia generación de empleo y la dinamización de la economía.

 

Ni la presión fiscal ni el esfuerzo fiscal muestran el coste real que los impuestos tienen para los españoles

 

A su vez, alienta el fraude fiscal, con lo que trastorna la equidad en la carga impositiva, y reduce el consumo privado a corto plazo y el gasto público al largo, con lo que aminora la propia distribución de la renta.

Por ello, las decisiones sobre subidas de impuestos en España tienen que hacerse con arreglo a circunstancias que van mucho más allá de la presión fiscal y que son propias de una economía soportada por un colectivo menor que en otros países con tasas de desempleo mucho más bajas, que es con quienes se nos compara cuando se alude a la presión fiscal de Francia, Bélgica o Dinamarca.

Ni la presión fiscal ni el esfuerzo fiscal muestran el coste real que los impuestos tienen para los españoles. Cabría acuñar un nuevo concepto que bien podríamos llamar sacrificio fiscal y que considere no sólo lo que se recauda en relación al PIB y sobre el conjunto de la población sino que se centre en el colectivo de contribuyentes reales, menor en número, que es el que realmente sostiene el sistema. Y en cuanto a sacrificio fiscal, los españoles vamos muy sobrados.

Y si se quiere buscar un modelo impositivo, mejor si lo observamos en el caso de Irlanda, en el que la presión fiscal está en el 22’7%, la más baja de la Unión Europea y es, al mismo tiempo, la economía que más crece de toda la Zona Euro, con una evolución de entre el seis y el siete por ciento anual y que, antes de la llegada de la pandemia, crecía cinco puntos por encima de la economía alemana.