La pandemia lo ha maximizado todo, allí donde hacíamos las cosas bien, ahora parecen mejores, y lo que estaba mal, ahora nos parece garrafal. De lo positivo tendemos a olvidarnos rápido ¿quién se acuerda ya de los aplausos a los sanitarios y de las loas a los trabajadores de alimentación? pero lo malo, eso sí, en eso nos recreamos y en la medida de lo posible lo hacemos más grande.

Entre los asuntos que el coronavirus ha puesto bajo los focos, si cabe con especial saña, está la responsabilidad y el papel de los medios de comunicación y de sus profesionales en la transmisión de la información, no siempre de una forma fidedigna y objetiva.

Los medios y los periodistas se consideraran trabajadores esenciales, el derecho a la información está reconocido como un derecho fundamental y recogido y definido en la Constitución entre otras de la siguiente forma “el derecho a comunicar o recibir libremente información VERAZ, por cualquier medio de difusión”.

 

Entre los asuntos que el coronavirus ha puesto bajo los focos, si cabe con especial saña, está la responsabilidad y el papel de los medios de comunicación 

 

Como ven, hablamos de palabras mayores.

Pues bien, a lo largo de toda la crisis pandémica encontramos muchos ejemplos de mala información o información interesada, pero particularmente en las últimas semanas, estamos asistiendo a un auténtico delirio respecto a las reacciones que algunas de las vacunas COVID están generando en un número muy pequeño de personas, pero un delirio, que trae como consecuencia dudas e incertidumbres entre mucha gente, respecto a la que hasta ahora es la única solución factible para terminar con el bicho: la vacuna, se llame como se llame, y venga de donde venga.

El caldo de cultivo del que partíamos ya venía especialmente abonado: intereses económicos, intereses partidistas, sin olvidar a los negacionistas encumbrados, que disponen de altavoces reconocidos para lanzar sus soflamas. Tampoco ayuda la permanente demanda de información que reclamamos con necesidad de conocer en todo momento el minuto y resultado de los datos de la pandemia: número de contagiados, fallecidos, vacunas administradas... para una vez conocidos, ponerlos en solfa.

 

En las últimas semanas, estamos asistiendo a un auténtico delirio respecto a las reacciones de algunas de las vacunas

 

Y en este contexto es dónde una se pregunta ¿hasta dónde? La transparencia informativa está muy bien pero los medios y sus profesionales deben decidir hasta dónde informar y sobre todo, cómo hacerlo, sin olvidar que todos respondemos a intereses, valga la redundancia, interesados, y que es obligatorio pasar el cedazo de la responsabilidad informativa antes de lanzar al aire o publicar cualquier cosa.

Que las instituciones y los políticos digan hoy arre y mañana so, no es algo que nos haya traído la pandemia, esto viene ocurriendo desde tiempos inmemoriales, y desde los medios se ha gestionado de forma adecuada, con el fin de ofrecer los mensajes más pertinentes en cada caso. Ahora no, ahora la exposición mediática de esos productos de mercadotecnia que son nuestros políticos es constante, y la demandan ellos mismos a través de sus asesores. En muchos casos la prisa por llegar al titular digital, al boletín informativo o al sumario televisivo es más importante, que pensar qué se va a decir y claro, lo de no pensar siempre acarrea consecuencias y a veces son nefastas.

En todo caso, que quienes nos dirigen funcionen de un determinado modo, no nos exime a los periodistas de esa responsabilidad que nos reconocen los ciudadanos, y que no es otra, que la de hacer nuestro trabajo de la forma más ética posible y con el objetivo de ser un servicio para la comunidad en la que estamos inmersos.

 

En muchos casos la prisa por llegar al titular digital, al boletín informativo o al sumario televisivo es más importante, que pensar qué se va a decir 

 

La toma de decisiones al igual que la elaboración de la información necesita calma, ya lo decía el gran Gabriel García Márquez “la mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino muchas veces la que se da mejor”. Si Gabo levantara la cabeza y viera que el periodismo de los últimos tiempos viene urgido por las prisas y no por la reflexión, el contraste la objetividad… y, sobre todo, la función social que se le, se nos reconoce a los periodistas, tal vez ya no volvería a afirmar aquello de que” aunque se sufra como un perro, no hay mejor oficio que el periodismo”.