“Se acabó lo barato”, este mismo título encabezaba un artículo de “The Economist” a finales del 2007 en el que el prestigioso semanario británico se refería a la tendencia que habían alcanzado los productos agrícolas meses antes del colapso financiero que dio lugar a la terrible crisis vivida al comienzo de este siglo XXI.

El consumo de carne en China se había duplicado como consecuencia de la mejoría de la renta de sus ciudadanos, que aspiraban a una dieta más proteínica a la que tenían por costumbre, lo que elevó los precios en el mercado cárnico mundial. No sólo fue la carne, el precio del trigo y de la soja habían aumentado un 70% y el maíz cotizaba en máximos en el mercado de futuros. El incremento de la demanda en los países asiáticos había conducido a que los principales referentes alimenticios estuvieran en máximos que nunca se habían conocido antes.

 

La crisis desencadenada por el fin de la burbuja inmobiliaria y la consecuente crisis financiera de 2008 afectaron a todo el panorama económico

 

No eran solo los alimentos, también el petróleo, el uranio y metales como el oro, el cobre o el zinc habían duplicado sus precios. Las economías emergentes constituían una demanda adicional a la de los países desarrollados y eso elevaba a precios inéditos los mercados internacionales de productos básicos.

La crisis desencadenada por el fin de la burbuja inmobiliaria y la consecuente crisis financiera de 2008 afectaron a todo el panorama económico y el hundimiento de la demanda condujo a una reducción del precio de las materias primas que, lógicamente, no se consumían en la misma medida que en los años anteriores.

Sin ningún ánimo de buscar paralelismos en cuanto a la hipotética réplica de la crisis de 2008, lo que sí que es cierto es que se comienza a ver una competencia por la adquisición de materia prima en la que los países occidentales compiten, de nuevo, con los emergentes, que en muchos casos son ya emergidos.

 

El incremento de la demanda de microchips ha alterado los planes de fabricación de diversas industrias tecnológicas, entre ellas la de la automoción

 

El precio del gas se ha duplicado como consecuencia de la demanda asiática. China y sus vecinos han salido de la pandemia con ánimo industrioso y han hecho que se dispare el precio del gas, con las consecuencias que ello tiene para los consumidores de este combustible y sus derivas inflacionistas hacia otras fuentes energéticas como la electricidad.

También durante 2021 se ha producido la alteración del mercado de las tierras raras, 17 elementos químicos imprescindibles para la industria de la electrónica y que se procesan casi en su totalidad en China, después de que los antiguos productores dejaran en sus manos el tratamiento mundial de esta materia.

A su vez, el incremento de la demanda de microchips ha alterado los planes de fabricación de diversas industrias tecnológicas, entre ellas la de la automoción. Todas las fábricas de automóviles de Europa se han visto gravemente afectadas y la de Mercedes en Vitoria no ha sido diferente y ha tenido que parar su producción. La ordenación de la oferta y la demanda podría tardar aún dos años en equilibrarse, con el coste en todas las áreas que de ello se pudiera derivar. Una vez más, China es el principal fabricante de esos microchips que ahora escasean en Europa sin tener capacidad de reacción inmediata para activar su producción.

 

La ausencia de materias primas y otros elementos básicos para la fabricación han entrado en una guerra comercial que nos afecta muy directamente y a la que tenemos que reaccionar

 

Y en toda esta disputa, Europa, como sucede en todas las batallas geoestratégicas de las últimas décadas, se queda descolgada. Por una lado, porque los emergentes están desplazando el área comercial y productiva hacia Asia, hoy disponen de capacidad económica para ser los primeros en comprar esas materias y, por otra, los miembros de la UE siguen enredados en una particular adolescencia de países ricos por la que se restringen a sí mismos lo que acaban comprando a otros. Ocurre en el ámbito agrícola, en el industrial y en el energético. Como decía el director del cluster vasco de la energía, José Ignacio Hormaeche en su entrevista en 'Crónica Vasca', las decisiones políticas han conducido a que no se exploren los recursos de gas de nuestro subsuelo y, mucho menos, que se lleguen a explotar, un lujo que tal vez podían permitirse países muy ricos, pero Europa, venida a menos, sigue con gustos caros que le van a suponer un lastre en su recuperación y posicionamiento internacional.

La ausencia de materias primas y otros elementos básicos para la fabricación han entrado en una guerra comercial que nos afecta muy directamente y a la que tenemos que reaccionar. Ya sea por la escasez o por el uso interesado de los suministros, lo cierto es que “Se acabó lo barato”.