La crisis económica que en los últimos meses nos ha dejado la pandemia y con ella, la precaria situación por la que atraviesan muchas empresas, han concedido a las centrales sindicales y a sus representantes un protagonismo del que fundamentalmente disponen en época de vacas flacas.

Por eso es un buen momento para analizar desde fuera su papel en el contexto en el que nos encontramos inmersos y en concreto, su forma de conducirse ante las dificultades empresariales. Si observan las iniciativas que los sindicatos están poniendo en marcha en diferentes empresas de distintos sectores, que están haciendo su particular travesía del desierto, comprobaran que prácticamente siguen el mismo guión en todas y cada una de ellas: negarse a ver la realidad de la situación económica, tildarla de coyuntural cuando en algunos casos es obvio que es estructural, y protestar buscando luz y taquígrafos ante medidas empresariales a veces drásticas y no deseables para nadie, que desgraciadamente pasan por la eliminación de puestos de trabajo. Y evidentemente es lícito que defiendan lo suyo y a los suyos porque para eso están, pero si cabe preguntarse si el modo en que lo hacen es el mejor de los posibles y sobre todo si se corresponde con el momento en el que vivimos.

La realidad es que mientras las empresas, no todas, pero sí la mayoría han ido evolucionando con los tiempos en sus formas de gestionar todos los aspectos a los que deben dedicarse incluidos como no puede ser de otra forma los recursos humanos, los sindicatos parecen haberse anclado en el pasado con defensas permanentes de reducciones de jornada e incrementos salariales cuando las cosas van más o menos bien, y protestas de vieja escuela cuando hay conflictos.

Por eso deben plantearse si están haciendo lo correcto, si están alineados con la realidad económica y empresarial en la que nos encontramos y sobre todo, si responden a su objetivo que es la defensa de los trabajadores, de TODOS los trabajadores, no sólo de los que comulgan con sus postulados.

Negarse a ver la realidad de la situación económica, tildarla de coyuntural cuando en algunos casos es obvio que es estructural, y protestar buscando luz y taquígrafos ante medidas empresariales a veces drásticas y no deseables para nadie, que desgraciadamente pasan por la eliminación de puestos de trabajo.

Si se quedan en lo que están haciendo es fácil que más antes que después vayan perdiendo su papel, vayan perdiendo su hueco porque cada trabajador es un mundo, sabe lo que quiere y sabe dónde debe plantear de forma directa lo que necesita y cómo puede conseguirlo.

En el siglo XXI los sindicatos no pueden circunscribirse de manera casi exclusiva a hacer reivindicaciones recurrentes, manidas y previsibles. En el siglo XXI los sindicatos como agentes sociales que son, deben ser un elemento más del engranaje de cualquier proyecto.

Vivimos tiempos convulsos donde los temas van mucho más deprisa de lo que en algunos casos nos gustaría lo que requiere adaptaciones rápidas, medidas y consensuadas. Hace ya mucho tiempo que las empresas públicas o privadas, dejaron de ser espacios donde unos eran los buenos y otros los malos dependiendo de con quien se hablará. Las empresas más avanzadas, a las que mejor les va son aquellas en las que los recursos humanos han conseguido difuminar las líneas que establecen las jerarquías, para centrarse en lo importante: ser competitivos, ser innovadores, conocer bien lo que quiere el mercado y sobre todo, remar todos en la misma dirección.

Esta forma de funcionar a muchos no les interesa porque no les resulta rentable parecen pensar que les diluye en el proceloso mar del equipo global donde a priori todo parece más ecuánime.

En el siglo XXI los sindicatos como agentes sociales que son, deben ser un elemento más del engranaje de cualquier proyecto

En definitiva, si realmente quieren reclamar el espacio que les corresponde por derecho y que todos reconocemos, y el papel para el que fueron creados, deben evolucionar y deben hacerlo rápido porque el tiempo juega a la contra y ya son muchos trabajadores los que no se sienten representados por quienes dicen representarles. Deben darse prisa porque el especio que ocupan se hace cada vez más estrecho y su papel es cada vez menos evidente. Y luego están eso sí, los gritos y las reivindicaciones en la calle que siendo legítimas difícilmente generan cambios de alcance y que duran lo que dura la tinta fresca.