Vivimos con la convicción de que algunas cosas no pueden ocurrir. Que es algo impensable que ocurran. En los sistemas democráticos, especialmente, pensamos que el control de unos poderes por otros evitará que ninguno de ellos se haga con todo el poder.

Y, sin embargo, el sistema democrático debe su esencia tanto a normas y leyes como a usos y costumbres. A la confianza de que hay cosas que aunque no sean ley, no se pueden hacer. Lo mismo que no hay ninguna ley que obligue a guardar cola en una panadería. No nos damos cuenta de que el sistema democrático es el más débil de todos, que sigue vigente en la medida en que confiemos en que todos cumplirán su parte del acuerdo.

Hasta que pasa lo impensable, como el 6 de enero con el asalto al Capitolio de Washington. Un presidente fuera de toda racionalidad arengando a las masas para que asalten el Congreso, y un Congreso indefenso que fue incapaz de repeler el ataque de los miles, no tantos, de descerebrados de toda índole.

¿Pero EE.UU. no tenía los mejores servicios secretos y las mejores policías del mundo? Todo falló porque ya había fallado hace tiempo. La imagen de un policía corriendo subiendo las escaleras para huir de un solo asaltante es realmente patética. Sería irrisorio si, de repente, no nos acordáramos de las imágenes de brutalidad extrema contra los manifestantes de 'Black lives matter'. En los servicios de seguridad y sus responsables y jefes no sólo hubo falta de previsión, no se sabe por qué ya que las hordas lo habían anunciado por todos los medios posibles, había algo mucho más vergonzante: no quisieron cargar con firmeza contra la horda blanca. Algunos han dicho que cargar habría ahondado en la división social. Hombre, las cargas brutales a los manifestantes negros no creo yo que faciliten la convivencia interracial.

En los servicios de seguridad y sus responsables y jefes no sólo hubo falta de previsión, no se sabe por qué ya que las hordas lo habían anunciado por todos los medios posibles, había algo mucho más vergonzante: no quisieron cargar con firmeza contra la horda blanca

Y seguido empiezan a aparecer los nuevos héroes democráticos: el vicepresidente Mike Pence, que se negó a obedecer a Trump, y Twitter y Facebook que desconectaron al loco del presidente. ¿De verdad el vicepresidente y las plataformas no tenían ninguna responsabilidad en lo que pasó? Durante cuatro años, Trump ha sido el mayor tuitero del mundo, lanzando amenazas, mentiras y bulos de forma sistemática. Si Twitter era su arma preferida, ¿por qué le permitieron durante cuatro años hacer y decir lo que le dio la santa gana? Y el vicepresidente que durante cuatro años le arropo y defendió sin fisuras, muy héroe democrático no puede ser.

Es una posibilidad comprensible que surja un dirigente loco y autoritario como Boris Johnson. Lo que se nos hace mucho más difícil de entender es por qué sus partidos les han permitido hacer lo que han hecho. Pensábamos que los 'tories' ingleses eran gente bastante de derechas, vale, pero que eran gente seria. ¿Cómo han permitido que un alocado Johnson los ninguneara?

Si Twitter era su arma preferida, ¿por qué le permitieron durante cuatro años hacer y decir lo que le dio la santa gana?

El primer paso para romper el sistema democrático representativo es, siempre, romper los partidos políticos por dentro. Sí. Esa cosa de tan mala fama como los viejos partidos políticos. Y es un fenómeno que nos debiera preocupar, y mucho, porque pasa no solo con los tories y los republicanos americanos. El fortalecimiento de dirigentes únicos que deshacen los equilibrios internos de los partidos, en mayor o menor medida, es un fenómeno general que no augura nada bueno. No tenemos que caminar a países extraños para encontrarlos. Cuando sólo quedan el jefe y la gente, la democracia representativa, bueno, la única democracia, ya ha desaparecido.

El eliminar la intermediación de las instituciones y el pluralismo como negociación permanente para construir las decisiones políticas, eso es el populismo. Para los que atacan el sistema democrático la decisión popular, de forma directa, es la única legitimada a tomar decisiones, y sin ningún limite a su voluntad. Y claro, como no se sabe qué es la voluntad popular, ya que sólo se materializa su furia, es el gran jefe el que al final dice de forma paternal: yo os diré lo que os conviene y lo que tenéis que hacer. Da igual con qué ropaje se vistan los diferentes populistas, en lo esencial, en la ruptura institucional del sistema democrático coinciden.

El fortalecimiento de dirigentes únicos que deshacen los equilibrios internos de los partidos, en mayor o menor medida, es un fenómeno general que no augura nada bueno

Y termino con una nota sobre la decisión de Twitter de cerrar la cuenta a Trump. Seguro que a más de uno le chocará. A mí, esa decisión me inquieta, y mucho. Una empresa global que no reconoce la autoridad de una juez nacional para borrar un tuit de un ciudadano se su país, decide que esta cuenta hay que cerrar. No estoy en contra de cerrar la cuenta de Trump, se tenía que haber cerrado hace tiempo. En un sistema democrático los límites de la libertad de expresión están sujetos a tutela judicial. Hoy ha cerrado la cuenta de Trump, seguramente porque han calibrado que era necesario para su negocio, pero mañana me pueden cerrar la mía, o la tuya, y no tendremos ningún amparo.

Para mi, tan importante como cerrar la cuenta nauseabunda de Trump, es la autoridad que ordena hacerlo.